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Recital de poemas de José Agustin Goytisolo

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domingo, 27 de agosto de 2017

RAFAEL MORALES CASAS




Rafael Morales, poeta
Rafael Morales Casas, poeta español, nació en Talavera de la Reina (Toledo), el 31 de julio de 1919. Desde muy pequeño se sintió atraído por la poesía. Sus primeros poemas los publicó en la revista Rumbos.

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid, fue becado para estudiar dos años en Portugal durante la II Guerra Mundial, país en el que se licenció en Literatura Portuguesa por la Universidad de Coímbra.

Su poesía, en un primer momento, estuvo integrada en lo que Dámaso Alonso llamó poesía arraigada que formaban la primera generación de poetas de la posguerra española, con el uso de la estrofa clásica y una profunda serenidad conceptual e inspirada en la poesía de Miguel Hernández, sobre todo en sus sonetos. De esta época es su primer poemario Poemas del toro (1943), que inició la colección poética Adonáis; le siguió El corazón y la tierra (1946). Fue con su obra Los desterrados  (1947) cuando escribió el primer libro de poesía social y existencial de su época y se integró de pleno derecho en la llamada poesía desarraigada. Esta última obra tiene como tema principal a toda clase de marginados de la sociedad y desvastados por la desdicha.

Posteriormente, publicó Poesías completas (1949) y Canción sobre el asfalto(1954), cuyo tema trata de la ciudad, sus luces y sombras, y alaba a las pequeñas cosas, a lo que parece sin importancia en su humildad, quizás inspirada en "Odas elementales" del chileno Pablo Neruda). A estos se suman los títulos La rueda y el viento (1971), Prado de serpientes (1982), cuyo título se inspira en una expresión al final de La Celestina, y Obra poética

Tradujo, en colaboración el poeta inglés Charles David Ley, la obra del poeta portugués Alberto de Serpa que fue publicada en la colección Adonáis. Escribió Antología y pequeña historia de mis libros (1958) y algunas narraciones de temática taurina. También le dedicó tiempo e interés a la literatura infantil y juvenil, escribiendo obras como Dardo, el caballo del bosque o Narraciones de la vieja India, Leyendas del Río de la Plata, Leyenda del Caribe, Leyenda de los Andes, Leyenda del Al-Andalus y otras muchas. Su obra Granadeño, toro bravo  es un intento de explorar la mente del toro. Publicó Reflexiones sobre mi poesía. De sus trabajos finales sobresalen Entre tantos adioses (1993) y Poemas de la luz y la palabra (2003).

Tuvo una intensa dedicación a la literatura, dirigiendo el Aula de Literatura del Ateneo de Madrid y la revista La Estafeta Literaria. Colaboró en El mono azul y formo parte de la Liga de Intelectuales Antifascistas, además de asesor de la revista Poesía Española, publicada por la Dirección General de Prensa y ejerció como crítico literario en la revista Ateneo y en la prensa española, llegando a escribir en el diario falangista Arriba; así como fue colaborador en la sección de Filología y Literatura de la Enciclopedia de la Cultura Española.

Entre sus numerosos premios se encuentran el Premio Nacional de Literatura de 1954, el Gibraltar que otorgaba el semanario madrileño Juventud y el internacional de poesía Ciudad de Melilla de 1993 por su libro Entre tantos adioses.


Murió en Madrid el 29 de junio de 2005.

Bibliografía de Rafael Morales Casas

Obras
Rafael Morales Casas

Poemas del toro, M., Col. Adonais, 1943.
El corazón y la tierra, Valladolid, Halcón, 1946.
Los desterrados, M., Col. Adonais, 1947.
Poemas del toro y otros versos, M., Afrodisio Aguado, 1949 (Prólogo de José María de Cossío).
Canción sobre el asfalto, M., Los Poetas, 1954 (Premio Nacional de Literatura).
Antología y pequeña historia de mis versos, M., Escelicer, 1958.
La máscara y los dientes, M., Prensa Española, 1962.
Poesías completas, M., Giner, 1967.
La rueda y el viento, Salamanca, Álamo, 1971.
Obra poética (1943-1981), M., Espasa-Calpe, 1982 (Con el libro inédito Prado de Serpientes. Prólogo de Claudio Rodríguez).
Entre tantos adioses, Melilla, Rusadir, 1993.
Obra poética completa (1943-1999), M., Calambur, 1999.
Poemas de la luz y la palabra (2003)   

POEMAS DE RAFAEL MORALES CASAS


Rafael Morales Casas
AUSENCIA
(de El corazón y la tierra, 1946)

Estoy solo en el campo. El mundo está vacío
sin ti. Yo palpo, triste, la soledad del cielo...,
dejo mi alma lenta que se la lleve el río,
que un pájaro se lleve mi corazón en vuelo.

La soledad, la ausencia, concrétanse en la roca,
y el silencio se expande como niebla en mis venas;
el campo me parece la ofrenda de tu boca
y acaricio tu piel si toco las arenas.

Estoy solo en el campo, sin ti, de Talavera.
Oigo por este árbol crecer tu sangre amada,
subir hasta los cielos, colmar la primavera,
mientras me sienta ausencia, suspiro.,viento, nada.

GATO NEGRO EN EL PASEO DE LAS DELICIAS

(de Prado de serpientes, 1982)

Es hermoso este gato de color de paraguas
mojado por la lluvia.
Miro su desamparo en medio de la calle,
miro su islita negra de terror y de asombro.

Podría tocar la noche y su silencio
si acercase mi mano a su congoja,
sentir entre mis dedos la esperanza de alguien
o quizás a Dios mismo
clamando en este gato,
en este miedo oscuro,
en este gran olvido de los hombres.

 LAS AMANTES VIEJAS

( de Los desterrados (1947)

¡Ay, carne de destierro, ayer amante,
reseca carne vieja y apagada,
recuerdo ya del tiempo caminante,
desierto de ilusión, rama tronchada,
flor de la ausencia pálida y constante!

¿En dónde aquella luz de la mirada
escondió su fulgor y su hermosura?
Acaso boga ya, deshabitada,
por un cielo lejano, dulce y pura,
perdida, amor, herida y olvidada.

¡Ay, los pechos de nieve, casi vuelo,
de suave vientecillo y de manzana,
montecillos de amor, temblor de cielo!...
Como mis flores muertas en la vana
ausencia caen para buscar el suelo.

¿En dónde está la púrpura templada
de aquellos labios de mojado fuego?
Entró en ellos la noche despiadada
y todo lo dejó desierto y ciego,
todo destierro y sombra de la nada.

OCASO EN EL PARQUE

(de La máscara y los dientes (1958) (1962) Segunda parte)

La tarde iba cayendo. Lentamente,
como se alacia un fruto de dorada
piel sensitiva, silenciosa y pura
la luz palidecía y se mustiaba.
Con tímida ternura se afligía
sobre el aire doliente, sobre el agua
que antes brillaba con metal, con ira,
con súbitos cuchillos que pasaban...
Por la verde arboleda, entre el ramaje,
en un pálido adiós se deslizaba
y en el extremo de las ramas puras
era una pena dolorida y clara.

En la arena del parque, sobre el césped,
las fugitivas sombras se alargaban
leves y dulces, pálidas, confusas
en busca de la noche, hacia su nada.
La furia del color, su poderosa
plenitud virginal se sosegaba.
Ya el gran mineral, el rojo altivo,
el azul sideral y el escarlata
de hiriente dentellada vengativa
tenuemente cansados replegaban
sus grandes alas silenciosas, puras,
abatidas, serenas, derrotadas.

Los tiernos amarillos se extinguían
y era un suspiro fugitivo el malva,
lo gris iba creciendo, oscureciendo,
adensando negror entre las ramas.
Las sombras se fundían. Ya la noche
entre la yerba humilde se ocultaba,
se hundía entre las cosas; quedamente
invadía los huecos suave y mansa
y luego, sigilosa, se extendía,
caía sobre el mundo. Era una garra
que en el aire se hundía, que en la tierra,
lenta, implacable, firme se adentraba.
Pero la vida viva proseguía,
pero la vida viva levantaba
en medio de la sombra, de la noche
surtidores de sangre, de palabras,
dientes y risas, besos, corazones,
arracimada furia, plural ansia;
surgía entre las uñas de la sombra,
brotaba incontenible como un agua,
surgía por la boca y por los ojos
de la nocturna y planetaria máscara.

Allí estaba la vida, sí.
Era una densa palpitación,
una gozosa presencia interminable,
una gran eclosión germinal,
una gran plenitud bajo la noche,
un inmenso ramaje desplegado,
unas alas abiertas, unas ciegas raíces
bajando febricentes
hasta el profundo secreto seminal,
hasta el latente y puro corazón genesiaco.

PALABRAS

(Prado de serpientes, 1982)

Yo fui quedando en mis palabras,
en su temblor incierto,
en su silábico latido,
en su perpetuo congregarse en sueños,
en sus cansadas caravanas perdidas.
Yo surgí de sus pétalos caídos,
de sus alas efímeras,
fugaces en el aire.

Yo edifiqué mi vida en otras vidas,
penetré en la memoria y en el tiempo
palabra tras palabra,
ceniza tras ceniza,
aire tan sólo que al aire pertenece.
Yo edifiqué mi vida en el olvido.

UNA MANO DE NIEBLA TEMEROSA

Una mano de niebla temerosa
llega a tu corazón doliente y fría,
y aprieta lentamente, como haría
el aire más sereno con la rosa.

Su dulce sombra, mansa y silenciosa,
sube a tus ojos su melancolía,
apagando tu dura valentía
en la pálida arena rumorosa.

La dura pesadumbre de la espada
no permite siquiera tu mugido:
poderosa y tenaz está clavada.

Tú ves cerca de ti a quien te ha herido
y tiendes tu mirada sosegada
sin comprender, ¡oh toro!, cómo ha sido.

UNA MANO DE NIEBLA TEMEROSA

(de   Poemas del toro y otros versos, 1940-1941-1949)

Una mano de niebla temerosa
llega a tu corazón doliente y fría,
y aprieta lentamente, como haría
el aire más sereno con la rosa.

Su dulce sombra, mansa y silenciosa,
sube a tus ojos su melancolía,
apagando tu dura valentía
en la pálida arena rumorosa.

La dura pesadumbre de la espada
no permite siquiera tu mugido:
poderosa y tenaz está clavada.

Tú ves cerca de ti a quien te ha herido
y tiendes tu mirada sosegada
sin comprender, ¡oh toro!, cómo ha sido.

CÁNTICO DOLOROSO AL CUBO DE LA BASURA

(de Canción sobre el asfalto , 1954)

Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.

Cada cosa que encierras, cada cosa
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
la herida piel silente y penumbrosa.

Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.

Oh, viejo cubo sucio y resignado,
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.

 A LA RUEDA DE UN CARRO

(de  Canción sobre el asfalto,1954)

Tristemente, las ruedas van hundiendo en el barro
su gemido incansable, monocorde, doliente, lagrimones
de cieno se desprenden temblando,
desplomándose suaves, silenciosos y lentos,
dulcemente redondos, tiernamente pausados.

Aquí en esta madera, que se queja cansada,
cantaron jubilosos, espléndidos, los pájaros,
y las ramitas tiernas con su verde ventura
temblaron mansamente bajo el viento de mayo.

Redonda va la pena, redonda va la muerte,
redonda va la rueda, torpemente girando…
Y sobre el carro, lento, cargado de verduras,
un mocetón alegre no sé qué va cantando.

A UN ESQUELETO DE MUCHACHA

(El corazón y la tierra (1946)

 Homenaje a Lope de Vega


En esta frente, Dios, en esta frente
hubo un clamor de sangre rumorosa,
y aquí, en esta oquedad, se abrió la rosa
de una fugaz mejilla adolescente.

Aquí el pecho sutil dio su naciente
gracia de flor incierta y venturosa,
y aquí surgió la mano, deliciosa
primicia de este brazo inexistente.

Aquí el cuello de garza sostenía
la alada soledad de la cabeza,
y aquí el cabello undoso se vertía.

Y aquí, en redonda y cálida pereza,
el cauce de la pierna se extendía
para hallar por el pie la ligereza.

OCASO

(de El corazón y la tierra, 1946) 

Yo estaba junto a ti, calladamente
se abrasaba el paisaje en el ocaso
y era de fuego el corazón del mundo
en el silencio cálido del campo.

Un no sé qué secreto, sordo, ciego,
me colmaba de amor; yo, ensimismado,
estaba fijo en ti, no comprendiendo
el profundo misterio de tus labios.

Puse mi boca en su insistencia pura
con un temblor casi de luz, de pájaro,
y vi el paisaje convertirse en ala
y arder mi frente contra el cielo alto.

¡Ay locura de amor!, ya todo estaba
en vuelo y en caricia trasformado….
Todo era bello, venturoso, abierto…
Y el aire ya tornose casi humano.

PAISAJE

(de Poemas del toro y otros versos (1940-1941-1949)

Qué silencio tan grande el de este campo,
qué vastas y dormidas soledades,
qué inmensidad vacía,
qué tremenda tristeza derramada por los aires,
la sierra se derrumba lentamente
sobre la mansa angustia de los valles
que elevan puros, asombrados, ciegos,
el encendido grito de los árboles,
el cielo es plomo gris que se derrumba
sobre el pavor silente del paisaje,
es un inmenso buitre hambriento y sordo,
un infinito dios amenazante.

  EN UNA TARDE DE DESENGAÑO Y PENA

(de  Poemas del toro y otros versos, 1940-1941)-1949)

Soledad, soledad late en mis venas.
Hay un cielo vacío, indiferente,
y es una ausencia et río y sus arenas
que dora el sol lejano del poniente.

Todo está solo: el corazón y el viento
a la deriva van por la alameda.
Yo me siento vacío, sólo siento
la ausencia enorme que en mis venas queda.