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Recital de poemas de José Agustin Goytisolo

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miércoles, 1 de abril de 2015

Poemas de Leopoldo Panero Torbado

El templo vacío                                                                                
Leopoldo Panero Torbado


No sé de dónde brota la tristeza que tengo.
Mi dolor se arrodilla, como el tronco de un sauce,
sobre el agua del tiempo, por donde voy y vengo,
casi fuera de madre, derramado en el cauce.

Lo mejor de mi vida es el dolor. Tú sabes
cómo soy. Tú levantas esta carne que es mía.
Tú esta luz que sonrosa las alas de las aves.
Tú esta noble tristeza que llaman alegría.

Tú me diste la gracia para vivir contigo.
Tú me diste las nubes como el amor humano.
Y al principio del tiempo, Tú me ofreciste el trigo,
con la primera alondra que nació de tu mano.

¡Como el último rezo de un niño que se duerme,
y con la voz nublada de sueño y de pureza
se vuelve hacia el silencio, yo quisiera volverme
hacia Ti, y en tus manos desmayar mi cabeza!

Lo mejor de mi vida es el dolor. Tú hiciste
de la nada el silencio y el camino del beso,
y la espuma en el agua para la tierra triste,
y en el aire la nieve donde duerme Tu peso.

Señor, Señor! Yo he hecho mi voluntad. Yo he hecho
una ley de mi orgullo, pero ya estoy vencido.
Como una madre humilde que me acuna en su pecho
mi espíritu se acuesta sobre el dolor vivido.

Sobre la carne triste, ¡sobre la silenciosa
ignorancia del alma como un templo vacío!
¡Sobre el ave cansada del corazón que posa
su vuelo entre mis manos para cantar, Dios mío!

Soy el huésped del tiempo, soy, Señor, caminante
que se borra en el bosque y en la sombra tropieza,
tapado por la nieve lenta de cada instante,
mientras busco el camino que no acaba ni empieza.

Soy el hombre desnudo. Soy el que nada tiene.
Soy siempre el arrojado del propio paraíso.
Soy el que tiene frío de sí mismo. El que viene
cargado con el peso de todo lo que quiso.

Lo mejor de mi vida es el dolor. ¡Oh lumbre
seca de la materia! ¡Oh racimo estrujado!
Haz de mi pecho un lago de clara mansedumbre.
Señor, Señor! Desata mi cuerpo maniatado.
Poesía (1963) 

Canción con tu humildad

¡Cómo apagas mi sed
con tu humildad! ¡Tu mano
estremece en mi pecho
la sombra del dolor, igual que un pájaro
entre las ramas verdes, junto al cielo!
¡Cómo traes a mis labios
con tu humildad la luz sobre tu frente
lo mismo que la nieve sobre el campo,
y me apagas la sed de haber llorado
de humildad, al tenerte,
dormida, como un niño, entre mis brazos!

Escrito a cada momento...

Para inventar a Dios, nuestra palabra
busca, dentro del pecho,
su propia semejanza y no lo encuentra,
como las olas de la mar tranquila,
una tras otra, iguales,
quieren la exactitud de lo infinito
medir, al par que cantan...
Y su nombre sin letras,
escrito a cada instante por la espuma,
se borra a cada instante
mecido por la música del agua;
y un eco queda solo en las orillas.
¿Qué número infinito
nos cuenta el corazón?
Cada latido,
otra vez es más dulce, y otra y otra;
otra vez ciegamente desde dentro
va a pronunciar Su nombre.
Y otra vez se ensombrece el pensamiento,
y la voz no le encuentra.
Dentro del pecho está.
Tus hijos somos,
aunque jamás sepamos
decirte la palabra exacta y tuya,
que repite en el alma el dulce y fijo
girar de las estrellas.

Hasta mañana dices, y tu voz ...

Hasta mañana dices, y tu voz
se apaga y se desprende
como la nieve. Lejos, poco a poco,
va cayendo, y se duerme,
tu corazón cansado,
donde el mañana está. Como otras veces,
hasta mañana dices, y te pliegas
al mañana en que crees,
como el viento a la lluvia,
como la luz a las movibles mieses.
Hasta mañana, piensas; y tus ojos
cierras hasta mañana, y ensombreces,
y guardas. Tus dos brazos
cruzas, y el peso leve levantas, de tu pecho confiado.
Tras la penumbra de tu carne crece
la luz intacta de la orilla. Vuela
una paloma sola y pasa tenue
la luna acariciando las espigas
lejanas. Se oyen trenes
hundidos en la noche, entre el silencio
de las encinas y el trigal que vuelve
con la brisa. Te vas siempre
hasta mañana, lejos. Tu sonrisa
se va durmiendo mientras Dios la mece
en tus labios, lo mismo
que el tallo de una flor en la corriente;
mientras se queda ciega tu hermosura
como el viento al rodar sobre la nieve;
mientras te vas hasta mañana, dulcemente
por esa senda pura que, algún día,
te llevará dormida hacia la muerte.

Materia transparente

Otra vez como en sueños mi corazón se empaña
de haber vivido... ¡Oh fresca materia transparente!
De nuevo como entonces siento a Dios en mi entraña.
Pero en mi pecho ahora es sed lo que era fuente.

En la mañana limpia la luz de la montaña
remeje las cañadas azules de relente...
¡Otra vez como en sueños este rincón de España,
este olor de la nieve que mi memoria siente!

¡Oh pura y transparente materia, donde presos,
igual que entre la escarcha las flores, nos quedamos
un día, allá en la sombra de los bosques espesos

donde nacen los tallos que al vivir arrancamos!
¡Oh dulce primavera que corre por mis huesos
otra vez como en sueños...! Y otra vez despertamos.

Versos del Guadarrama  1930-1939

Por la tarde

Palabra vehemente de las cosas
inanimadas; roca, pino, cumbre
solitaria de sol; silencio y lumbre;
quietud de las laderas rumorosas.

Intactas de mis manos silenciosas
entre el romero azul de mansedumbre,
transparentes de Dios y en su costumbre.
silencian el pinar mariposas.

Y el corazón silencia levemente
su palabra más pura, y su retama
se alza en dorado vuelo, mientras arde,

al fresco soplo, en limpidez de fuente,
la profunda quietud del Guadarrama,
lento de mariposas, por la tarde.

Versos del Guadarrama   1930-1939

Decir con el lenguaje...

En esta paz del corazón alada
descansa el horizonte de Castilla,
y el vuelo de la nube sin orilla
azula mansamente la llanada.
Solas quedan la luz y la mirada
desposando la mutua maravilla
de la tierra caliente y amarilla
y el verdor de la encina sosegada.
¡Decir con el lenguaje la ventura
de nuestra doble infancia, hermano mío,
y escuchar el silencio que te nombra!
La oración escuchar del agua pura,
el susurro fragante del estío
y el ala de los chopos en la sombra.
Poesía (1963) 

Las manos ciegas

Ignorando mi vida,
golpeado por la luz de las estrellas,
como un ciego que extiende,
al caminar, las manos en la sombra,
todo yo, Cristo mío,
todo mi corazón, sin mengua, entero,
virginal y encendido, se reclina
en la futura vida, como el árbol
en la savia se apoya, que le nutre,
y le enflora y verdea.
Todo mi corazón, ascua de hombre,
inútil sin Tu amor, sin Ti vacío,
en la noche Te busca,
le siento que Te busca, como un ciego,
que extiende al caminar las manos llenas
de anchura y de alegría.

Poesía (1963) 

Hijo mío
Desde mi vieja orilla, desde la fe que siento,
hacia la luz primera que toma el alma pura,
voy contigo, hijo mío, por el camino lento
de este amor que me crece como mansa locura.

Voy contigo, hijo mío, frenesí soñoliento
de mi carne, palabra de mi callada hondura,
música que alguien pulsa no sé dónde, en el viento,
no sé dónde, hijo mío, desde mi orilla oscura.

Voy, me llevas, se torna crédula mi mirada,
me empujas levemente (ya casi siento el frío);
me invitas a la sombra que se hunde en mi pisada,

me arrastras de la mano... Y en tu ignorancia fío,
y a tu amor me abandono sin que me quede nada,
terriblemente solo, no sé dónde, hijo mío.
Poesía (1963) 


A mis hermanas

Estamos siempre solos. Cae el viento
entre los encinares y la vega.
A nuestro corazón el ruido llega
del campo silencioso y polvoriento.

Alguien cuenta, sin voz, el viejo cuento
de nuestra infancia, y nuestra sombra juega
trágicamente a la gallina ciega;
y una mano nos coge el pensamiento.

Ángel, Ricardo, Juan, abuelo, abuela,
nos tocan levemente, y sin palabras
nos hablan, nos tropiezan, les tocamos.

¡Estamos siempre solo, siempre en vela,
esperando, Señor, a que nos abras
los ojos para ver, mientras jugamos!

Poesía (1963)