José Luís Hidalgo |
Las
luces asesinadas y otros poemas ([1936] 1976)
El
cuerpo de la sombra
Por estos muros fríos he
tocado esta sombra
movible en la humedad de estos
musgos lejanos.
Mis dedos ya sintieron
los mundos que dejan en el
aire
las bisagras que gimen entre todas
las nieblas,
el quejumbroso acento de los
perros perdidos.
Mis dedos ya tocaron
los perfiles ausentes de un
muerto que no existe,
de un mármol escondido
ya nadie sabe dónde.
No conozco tu cuerpo.
No sé dónde se halla.
Pero sé que tu sangre es una
baba que te cala los huesos,
que brota por tus ojos como
vidrio disuelto
para mojar tus plantas.
Mi tacto ya está helado en el
mar de tu sombra
en esa sombra lamiente
que quisiera venir para
estrechar mi pecho,
para ahogar mi garganta,
para partir mi cintura como
cualquier gusano
y dejar que mi cuerpo se
desespere y llore
y caiga gemebundo
para escupir su sangre por
este suelo negro.
Yo sé todo esto.
Pero no conozco tu cuerpo.
No sé dónde se halla.
La sombra desnuda
Estás aquí tan desnuda
que no te conoce nadie.
Hoy, no.
Ahora no te pregunto nada.
Tu cuerpo es larga respuesta
a quien quiera preguntarte.
Te has puesto un disfraz de
acero
quitándote los vestidos.
Has creado mil murallas
alrededor de tu sangre.
Pero no.
Hoy no te pregunto nada.
Mensaje
hasta el aire ([1938] 1976)
Iniciación
Clamores desde el fondo.
Se crispan las palabras como
serpientes vivas,
como aullidos que salen del
crujir de los párpados
y se vuelven de acero llorando
ante la luna.
Y sobre todo esto:
las tinieblas movibles como un
cieno de aceite.
No puedo remediarlo:
lo tengo todo dentro y tengo
que escupirlo,
arrojarlo de mí con un asco
profundo,
como un hijo maldito,
como un aire parado en mis
articulaciones.
Amigos, me duele la sangre.
Mis entrañas se crispan,
se derrumba mi frente.
Y no,
aún no es bastante.
Me tengo que desgajar bajo el
parir terrible,
bajo este intento inútil de
enseñaros mi fondo,
de querer darle alas a lo que
va a nacer muerto,
va a nacer repelente,
no querido de nadie.
Pero algo surge, amigos, algo
surge y me invade,
algo que no se calla, que
necesito expelerlo,
que me abrasa por dentro,
que quiere abrirse en voz
cantando en vuestras fibras.
Mirad:
las estrellas palpitan contra
la misma tierra
como un corazón sobre mano
extranjera.
Miradlo:
los pájaros se aplanan iguales
a su sombra
ante el cielo blancúreo que
les castra las alas.
El aire es sobre la tierra
mustia flor en un libro.
Miradme:
sólo soy un anhelo de salir de
estas ondas,
de salir de estas ondas y
estos pozos sin fondo,
pero el cielo me aplasta con
su cercano techo
como un caparazón,
como una costra de sangre,
como un silencio apagado
debajo de una herida.
No importa, amigos, no
importa.
Miradme bien, miradme, os
invito a miradme.
A fuerza de quemarme os
mostraré mi fondo
y veréis bien desnudo todo
este charco amargo.
Escuchad los clamores, amigos.
Escuchadlos.
Ante
el mar
Te quiero blanca nube, te
quiero
papel mar en un momento.
Algas son tus suspiros peñas
rocas,
gritos
de dientes contra dientes
te quiero mar azul, te quiero
cielo, os quiero
juntos como el primer sueño de
los amantes
como quiere el silencio a la
soledad hecha buhardilla.
¡Oh blanco faro de amor muerte
hecha
permanencia llama
arquitectura!
La luna derramada duerme sobre
el más suave aliento de una
concha mientras
cantan los peces por tu boca
que se despereza.
Nada queda por hacer sino
quererse.
Raíz (1944)
Así
me iré afirmando
Bajo la negra noche soy un
inmenso SÍ.
Soy un inmenso SÍ que confirma
su vida,
un SÍ que palpita o afirmación
rotunda
de que soy, de que existo y
moro sobre la tierra.
Bajo la negra noche, bajo el
cielo profundo,
bajo el cuerno azulenco
erizado de estrellas
me siento transcurrir como un
solo latido
que estremece en el aire su
coraza temblante.
Yo llevo aquí la vida.
Esta vida que encierra como
una mano el mundo,
la vida o subterránea
corriente de clamores
que baja hacia la tierra como
serpiente viva
o se eleva cantando de amor
hacia la luna.
No la sentís?
Es la savia del mundo que pasa
por mi cuerpo,
la corriente que gira, cegor
inagotable,
voz de retorno eterno por un
mismo camino.
SÍ, SÍ, siento que me confirmo
porque soy para el mundo causa
de su presencia.
Ausencia
He aquí pájaro humano de
lenguas devoradas, Señor.
He aquí mi llegada sin
descanso sobre la yerba
a tanto andar color violeta
a tanto llorar por ojos
enemigos
en verano que avanza avanza
avanza.
Que delgadez en el frío de
esta flor
suspirada hasta nube
en el canto de este árbol
inclinado
hasta besar el origen de las
especies.
Este venir a mí la tarde
con pies de pluma distinguida
por
desiertos viajeros hasta el
viento
donde humo de besos espera la
llegada
de este llegar tendido a no sé
dónde.
Te quiero suavemente desde
aquí
sin que notes mi amor
rosa-azul
en este tanto andar andar
andar
color violeta que se derrumba
y piensa.
Amor
así
Cuando dos cuerpos se unen
para amar,
se quema más despacio la
soledad de la tierra.
de corazón a corazón, de hueso
a hueso,
saltan pájaros ardiendo como
puñales,
piel del mundo o deseo donde
la carne gime,
un gran río desnudo de inesperados
crisantemos.
Cuando dos cuerpos se aprietan
como bocas,
se empujan como voraces
cataratas al rumor de la vida
perdiendo un posible contacto
con la muerte que espera,
que sobre el olvidado planeta
a lo lejos refulge
como un fantasma solitario y oculto.
Hombre o mujer, árboles
vibrantes,
hirvientes besos estrujados y
un ángel.
Amarse es poseer la tierra sin
sombras para siempre.
Arrabal
(Bilbao)
Atornillando el alba
el humo de las fábricas.
Hecho plomo dormido
ciego cielo sin lámparas.
Frío, sucio, tensado,
a caricias de polvo
vacilante temblaba.
Aire muerto de ahora,
casi luz moribunda
que burila en el agua.
Puente abierto a lo lejos
—los músculos de hierro—
dos orillas abraza.
Va corriendo entre medio,
vena viva de acero,
toda metal, el agua.
Y el pájaro suspenso,
aún sin llegar,del día,
sobre el viento acechaba.
Desvelo
Grité, grité y grité, mas
nadie oía
en la noche cerrada a luz y
sueño.
Tacto helado de sábanas sin
dueño
sobre mi carne viva se crecía.
Era la noche sólo y noche
fría,
cuerpo negro de horror y duro
ceño,
y aunque gritaba más, con más
empeño,
nadie a mis altos gritos
respondía.
Creí que iba a morir y rompí
en llanto,
sola mi voz, sin sangre y sin
herida
que dejara un salir al prieto
espanto.
Pero no, no fue así, que al
ver la suerte
de mi morirme a solas con mi
muerte
abrí los ojos y volví a la
vida.
Los animales (1945)
Caballo
Caballo, siempre hijo, nieto
de caballos,
padre de dulces potros
engendrados en vientres
y engendradores de engendradores
en un tiempo sin mí
cuando mi corazón sea un astro
perdido.
Hermosa bestia dura, la
antigua tierra pisas
como si el viejo Dios para ti
la creara,
porque eres vida ardiente y
párpado vibrante
que brillas como un látigo
contra los verdes céspedes.
Se escucha en el silencio tu
sangre rumorosa
como un mar armonioso que por
dentro cantara
y en la noche del mundo tu
relincho se eleva
como un cálido chorro que a
las estrellas quema.
Como piedra instantánea
paraliza tu cuerpo
un rumor de raíces que en la tierra
se hunden...
¡Pero de pronto escapas!, bajo
la luna roja
huyes como una lanza pisándote
la sombra
que sobre la llanura se posa
como un ala
mientras se enorgullece la
humilde yerba fina
de tu seca pisada tan firme
como el trueno.
Caballo, siempre hijo, nieto
de caballos,
padre de dulces potros
engendrados en vientres
y engendradores de
engendradores en un tiempo sin mí
cuando mi corazón sea un astro
perdido.
Gato
Vienen y nadie sabe de dónde
vienen.
Vienen de la tristeza oscura
de los látigos
que en una noche negra
azotaron la selva
y dejaron sin sangre para
siempre a la luna.
Viene de aquella sangre,
vienen de aquella selva,
vienen de la lujuria de una
médula tierna
que al llegar a los hombres
dulcemente se evade.
El fondo de sus ojos tiene
pájaros muertos
y en las garras dormidas peces
acribillados.
Vienen y nadie sabe de dónde
vienen...
Vienen...
Pez
Por entre manos húmedas que
agitas blandamente
vas tú, pez desnudo, espada
velocísima
que pasas y te olvidas de tu
huella.
Como una estrella, mudo
derivas a la tumba donde el
sonido existe.
(Oscura sentencia,
frío corazón con branquias,
ya muy cerca de la tierra,
de la tierra donde se sostiene
el agua).
Arriba, no lo sabes, ¡las
águilas!
Los muertos (1947)
Silencio
Silencio sobre el mundo. Va
espesando sus alas
la grave mansedumbre del
corazón que escucha.
Pesa sobre los muertos, como
un cielo caído,
todo el latir del tiempo sobre
la tierra única.
Dios es sobre vosotros. Azul
tiene su carne,
azul su vasta sangre
inmensamente lúcida:
azul es el silencio del mundo
que os sostiene
contra el silencio negro que
vuestra carne oculta.
¿Cantar?... ¿cantar?... ¿Quién
canta? ¿Acaso un mar de piedra
pudo lanzar su voz sobre la
tierra nunca?
¿Acaso, de estos hombres
tendidos, la voz triste
podrá brotar jamás de su
muerte absoluta?
Hay almas, pero callan. Sobre
los cuerpos vuelan,
pasan celestemente con un roce
sin música;
pero el silencio existe: pesa
sobre los muertos,
sobre la tierra pesa, como una
eterna luna.
Flores
bajo los muertos
Bajo los puros muertos, a
veces, brotan flores
blancas y dolorosas, que
levemente gimen,
porque crecer es duro, porque
crecer es triste
cuando un cuerpo sin vida en
las espaldas pesa.
Entonces —escuchad— un pájaro
detiene
el vuelo de sus alas y se
apaga, se apaga,
mientras el hombre muerto, sin
saberlo, transcurre
arriba, más arriba, sobre la
tierra, solo.
Si en un mundo vacío crecieran
estas flores,
qué vivamente irían al aire, a
la alegría,
pero esta muerte mata su breve
primavera,
como un gusano dulce, pisado y
amarillo.
¿Y qué? Todo es lo mismo:
crecer o derrumbarse,
tener sobre la carne una nube
o la muerte,
doblarse ciegamente, doblarse
como un río
con estas flacas flores, leves
y detenidas.
Los
amigos muertos
He adelantado mi esperanza,
como una mano, largamente;
os he tocado en este mundo
que ahora os tiene para
siempre.
Pero estáis muertos y no puedo
elevarme hasta vuestra muerte,
porque soy tierra, soy
materia,
y vosotros luces celestes.
Aunque me hunda, aunque me
arranque
y hasta la sangre me golpee,
no he de encontraros ya,
viejos amigos,
os habéis ido para siempre.
Solo, en la noche, yo os
recuerdo
y hasta el recuerdo se
desvanece.
Ya nada sois: vaga amargura
que se deshace tristemente.
Y me avergüenzo de este cuerpo
que entre los vivos me sostiene.
Muertos estáis y con mi vida
no he de
encontraros en la muerte.
Lo
fatal
He nacido entre muertos y mi
vida
es tan sólo el recuerdo de sus
almas
que, lentas, van soñando entre
mi sangre
y sobre el mundo ciego la
levantan.
Quedó lejos la tierra, mis
raíces
no saben del frescor que en
ella canta.
De invisibles cenizas es mi
cuerpo.
Los muertos de la tierra me
separan.
Quisiera ser yo mismo, luz
distinta
brillando cada día con el
alba,
estrella de la noche, siempre
joven,
que fulge de sí misma
solitaria.
Pero ya no estoy solo, mi ser
vivo
lleva siempre los muertos en
su entraña.
Moriré como todos y mi vida
será oscura memoria en otras
almas.
Muerte
Señor: lo tienes todo; una
zona sombría
y otra de luz, celeste y
clara.
Mas dime Tú, Señor, ¿los que
han muerto,
es la noche o el día lo que
alcanzan?
Somos tus hijos, sí, los que
naciste,
los que desnudos en su carne
humana
nos ofrecemos como tristes
campos
al odio o al amor de tus dos
garras.
Un terrible fragor de lucha,
siempre
nos suena oscuramente en las
entrañas,
porque en ellas Tú luchas sin
vencerte,
dejándonos su tierra
ensangrentada.
Dime, dime, Señor: ¿por qué a
nosotros
nos elegiste para tu batalla?
Y después, con la muerte, ¿qué
ganamos,
la eterna paz o la eternal
borrasca?
Yo
quiero ser el árbol
Siniestra es la raíz del
Luzbel de mi carne
y sombría la estrella de tu
sabiduría.
Ocultos son los fuegos, Señor,
donde consumes
este tallo desnudo que es
apenas mi vida.
Negra luz de la tierra, roja
luz de tus ojos,
iguales son las llamas por tu
mano blandidas,
fulgiendo en este páramo donde
habitamos tristes,
soplados por el viento de tu
luz ofendida.
Restitúyeme puro a esta tierra
que piso
o dame la luz alta que en las
estrellas brilla.
Yo quiero ser el Árbol, quiero
tener mis frutos:
la tierra, el mar, el cielo,
la eternidad perdida.
Polvo
de mi ruina
En esta humilde carne que me
has dado
has de cavar, Señor, mi
sepultura
y ha de nacer la yerba una
mañana
en la tierra desnuda que la
cubra.
El viento ha de pasar, como
ahora pasa,
por un campo cualquiera, su
frescura,
y arrastrará este polvo de mi
ruina
entre el polvo y las ruinas de
otras tumbas.
Belleza
Arde en la noche la belleza
De las cosas que no se ven
y la ceniza se derrama
sobre el silencio de su ser.
El Dios oculto que nos vela
en ella pisa con su pie.
Su huella efímera se apaga
cuando brota el amanecer.
Soy el Poeta. Me pregunto:
¿qué es lo que anoche sentí
arder?
Miro mis manos trastornado
y no lo puedo comprender.
Otros poemas (en Obra poética
completa) (1976)
Piedra
Amo tu dura carne parada bajo
el tiempo
que sobre ti transcurre con su
lenta ceniza.
Aquí no gimió nunca esa humana
tristeza
que su sangre consume lo mismo
que una herida.
Has sido siempre piedra
cerrada para el mundo,
roca inmutable y ciega que no
bajó a la vida,
helada, pura y blanca, parada
en las edades
mientras un mar oscura bramaba
en tus orillas.
Tus sienes ha rozado una
mirada dulce
de renos sombrados huyendo con
la brisa,
y tu bulto sin nombre han
olido en la noche
los hombres de los bosques,
bajo la lluvia lívida.
También el agua quiso, tu
corazón buscando,
bajar siglos y siglos y darte
su caricia;
y el fuego, entre las sombras,
creció para buscarte,
el sol tocó tu carne con su
llama fulmínea.
Por eso yo te amo, sorda forma
implacable,
porque existes eterna y, como
un dios, nos miras.
Te amo, sí, te amo. Mientras
tú permaneces
un astro arriba muere, mi
corazón delira.
Tiempo
preferido
I
Sólo tú y yo sabemos la verdad
de este mundo
que día a día robamos a la
muerte,
que erigimos de nada tan solo
con palabras
humo
ceniza de un beso olvidado en
tu frente.
Sólo tú y yo sabemos
fábulas como flautas
silencios como hormigas más o
menos sonoras
y eso que se edifica
lentamente en tus ojos
detrás de la vitrina o cristal
de una lágrima
ese beso o latido
esa sonrisa o llama
de tener a la vida en la flor
de los labios.
II
Junto a ti son las horas
golondrinas azules
que se desprenden de tu
sonrisa como hojas de otoño.
Brota de ti el silencio como
un surtidor
de pisadas que en la nieve se
fueran desmayando,
como mano olvidada de un niño
que tuviera las uñas puras y
sonrosadas.
Quiero para mi boca el beso
más preciso,
el que huye de pronto como
pájaro enemigo,
como noche perseguida por la
invasión profunda de la aurora.
Cogidos de la mano se nos
queda pequeño el planeta,
pequeño, muy pequeño
hasta quedar oculto bajo la
suela de un zapato,
del tuyo, tan humilde que
dentro no cobija
ni un pico de esa estrella que
nos contempla siempre.
III
A las nueve las caricias se vuelven
verticales
empujadas por el filo y la
prisa que llega.
Alguien corta en el aire los
minutos a tijera
como si fueran flecos de un
mantón
o cuerdas de guitarra con las
clavijas rotas.
Uno a uno van cayendo
cada vez más perfectos
en el puro pasado que se muere
en el acto.
Uno a uno se hunden para
siempre y del todo.
[Penetra]
Penetra. Yo te escucho,
latido leve, pluma prisionera.
Penetra en este círculo donde
arrojo mi vida;
donde me pongo en pie cuando
abriendo los ojos
como un árbol sereno a la
muerte me ofrezco.
Yo te escucho, penetra,
mi orilla empieza siempre y no
se acaba nunca
sobre esta tarde limpia,
bajo esta tierra seca...
Date prisa. Te espero
..y no se acaba nunca.
Contra el sol del crepúsculo
transparento mi muerte.
[¡He nacido y he muerto tantas
veces!]
El hombre que ahora soy no lo
comprendo,
acaso no soy yo, es aquel otro
hundido y olvidado por las
calles
que en una tarde amarga dejé
solo.
Y quiero recordarlo y se me
borra
perdido en la salida de los
cines,
acaso en un retrato que mi
madre
guardaba de la luz con mano
triste.
Pero voy comprendiendo. Me
supongo acaso
como soy, y escribo versos
y sueño para todos... Sí,
comprendo,
para nacer hay que morir
primero.