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Recital de poemas de José Agustin Goytisolo

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lunes, 27 de mayo de 2019

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD. POESÍA



José Manuel Cabllero Bonald


Espera

Y tú me dices
que tienes los pechos rendidos de esperarme,
que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo,
que has perdido hasta el tacto de tus manos
de palpar esta ausencia por el aire,que olvidas el tamaño caliente de mi boca.

Y tú me lo dices que sabes
que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,
de lastimar mis labios con la sed de tenerte,
de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
una nueva manera de rescatarte en vano
desde la soledad en la que tú me gritas
que sigues esperándome.

Y tú me lo dices que estás tan hecha a esta deshabitada
cerrazón de la carne que apenas si tu sombra se delata, que
apenas si eres cierta
en la oscuridad que la distancia pone entre tu cuerpo y el mío.

Mi propia profecía es mi memoria

Vuelvo a la habitación donde estoy solo
cada noche, almacén de los días
caídos ya en su espejo irreparable.
Allí, entre testimonios maniatados,
yace inmóvil mi vida, sus tributos
de tornadizo empeño.

La madera,
el temblor de la lámpara, el cristal
visionario, los frágiles
oficios de los muebles, guardan
entre sus rudimentos el continuo
reflujo de los años, la espesura
carnal de la memoria, toda
la confluencia simultánea
de olvidos y deseos que me asedian.

Mundo recuperable, lo vivido
se congrega impregnando las paredes
donde de nuevo nace lo caduco.
Reconstruidas ráfagas de historia
juntan los desperfectos del amor.
(Oh habitación a oscuras, súbitamente diáfana
bajo el fanal del tiempo imprecatorio).

Suenan rastros de luz por dentro de la noche. Estoy solo y mis manos ya denegadas, ya ofrecidas, tocan papeles (este amor, aquel sueño), olvidadas siluetas, vaticinios frustrados.

Allí mi vida a golpes
la memoria me horada cada día.
Imagen ya de mi exterminio, se realiza de nuevo cuanto ha muerto. Mi propia profecía es mi memoria: mi esperanza de ser lo que ya he sido.

(de Memorias de poco tiempo)

Diario reencuentro

Desde donde me vuelvo
a la pared, en medio de la noche,
desde donde estoy solo
cada noche, cautivo
bajo mi propia vigilancia, allí
me hallo según la fe que me fabrico
cada día.
Lavada está mi vida
en virtud de su asombro. Ayer, mañana,
viven juntos y fértiles, conforman
mi memoria conmigo.
Únicamente soy
mi libertad y mis palabras.
(De Las horas muertas)

Contrahistoria

..._Y así serás el victorioso
porque has sido el derrocado.

Ibn´Arabi

Lo que un día perdieran, nunca
volvieron ya a recuperarlo, o sólo
en los menguados términos
que algún furtivo transgresor
de códigos restara al exterminio.

Una lenta depredación con cruces
asoló las orillas
del gran río materno y hasta
la mar por donde otrora
trajeran la sabiduría
los fueron expulsando
en sucesivas hordas de barbarie.

Y allí quedó la historia
mereciendo ser sólo
reliquia degradada, pasto
de soldadescas, botín de clerecías.

Con piedras sepultaron
las piedras y con otra cultura la cultura
feraz y tolerante que opusiera
su rango al fanatismo.

Desde entonces resurge en algún tramo
de la memoria del superviviente
una atávica mezcla
de estupor y bochorno, cuyo origen
en otro nuevo origen
de la depredación se perpetúa.

(De Pliegos de cordel)

Prefiguraciones

Unas palabras son inútiles y otras
acabarán por serlo mientras
elijo para amarte más metódicamente
aquellas zonas de tu cuerpo aisladas
por algún obstinado depósito
de abulia, los recodos
quizá donde mejor se expande
ese rastro de tedio
que circula de pronto por tu vientre,
y allí pongo mi boca y hasta
la intempestiva cama acuden
las sombras venideras, se interponen
entre nosotros, dejan
un barrunto de fiebre y como un vaho
de exudación de sueño
y otras esponjas vespertinas,
y ya en lo ambiguo de la noche escucho
la predicción de la memoria: dentro
de ti me aferro igual
que recordándote, subsisto
como la espuma al borde de la espuma,
mientras se activa entre los cuerpos
la carcoma voraz de estar a solas.

Anamorfosis

Este olor a achicoria y a orujo
y a crines de caballos y a verdín
con salitre y a yerba de mi infancia
frente a África, acaso
contribuya también a perpetuar
en no sé qué recodo del recuerdo
un equívoco lastre
de amor dilapidado y de injusticia
que en contra de mí mismo cometí,
y es como si de pronto
todo el furtivo flujo del pretérito
convirtiera en rutina
la memoria que tengo de mañana.

(De Descrédito del héroe)

La botella vacía se parece a mi alma

Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde: otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música hedionda dilatando las burbujas del vidrio. Tan distante como mi juventud, pernocta entre los muebles el amorfo, el tenaz y oxidado material del deseo. Qué aviso más penúltimo amagando en las puertas, los grifos, las cortinas. Qué terror de repente de los timbres. La botella vacía se parece a mi alma.

Medborgarplatsen

Dejaban los harapos encima de los bancos como a veces se dejan los consejos en el borde herrumbroso de la noche. Todos pertenecían a una tribu ya extinta de anónimos arcángeles y se iban reuniendo en la sólita plaza después de algún errático suplicatorio de inocencia. Allí habitaban juntos y pretéritos, amorfos y silentes, con sus medallas de mendigo colgándoles del sueño a manera de lágrimas y el hedor de los años repartido en maternales bolsas de papel. Todo el tiempo del mundo era de ellos y se lo intercambiaban a escondidas con decoro magnánimo. Ofrecían su vida a cambio de absolutamente nada, pues morir era sólo una indigencia algo más perdurable que las otras. Ni siquiera su sangre de hiperbóreos los hizo conciliarse con el subsidio ártico del frío. Mas no olvidaban nunca que aquellas dosis de alcohol ganado en justas lides, daban rango de gloria a su miseria. Y allí permanecían en situación de pródigos, mientras las horas como trapos caían des¬pacito en los dulces rincones de la plaza. ¿Quién entre todos ellos creyó por un momento perdido el paraíso?

Femme nue

(Picasso)

La transgresión de la lógica conduce al predominio de la maravilla. Nada es ya subalterno: todo regresa a su veracidad más ilusoria. Es como si cada signo extraviado en el silencio reencontrara de pronto la palabra que significa todas las palabras. Vociferan las líneas, gesticulan las formas. Tan imposible como la verdad, esa mujer desnuda pertenece al terror, mitifica una historia que se engendra a sí misma. La mutación del cuerpo fluctuando en lo absorto, la carne que vulnera su norma de hermosura hasta el gustoso límite del vértigo, ¿no perpetúan la cartesiana proporción de la anarquía, esa otra estirpe sexual de la cultura cuya razón de ser consiste en su vivificante sinrazón? Nada es ya subalterno: todo retorna una vez más a su matriz. No sin ser deformada puede la realidad exhibir sus enigmas.

Después

La sensación de haber sido arrastrado aguas abajo de aquel río donde iba con ella a tramitar la vida: un fúnebre amasijo de estupor y congoja cayendo en el silencio como un chorro de vómito en la calle desierta: las venas de la historia reducidas a un miserable montoncito de estiércol: esa veraz y hospitalaria jurisdicción de su alegría, tan siempre disponible, tan de niña que no llegó a crecer más que a ratos perdidos, empozándose ya por las aterradoras catacumbas del tiempo: el cuerpo que se junta con los otros que poseerán la tierra, póstumo y vulnerable, el más necesitado de un sustento contiguo al que tenía: esos pechos tan pródigos igual que ojos enfermos que registran a ciegas a saber qué vacío: la nada que se aloja en las muchas arrugas que fueron concordando con la prolongación de su indulgencia: pulsos que ya no voy a oír desde muy lejos, mientras iba acercándome hasta la casa aquella donde siempre me estabas esperando, madre.

(De Laberinto de Fortuna)

Cotejo de fuentes

La verdinegra tapia que ceñía
el jardín del prostíbulo, en parte decorado
de rótulos obscenos, todavía conserva
los mismos desconchones inclementes,
las mismas mordeduras de musgo y de salitre
que se veían cuando yo era joven
y me asomé a la vida por allí.

Teresa Lavinagre, vieja puta
que ya andaba de adolescente en sus comercios
por los desmontes de Matafalúa,
se hospedó andando el tiempo en esa casa
cuyos muros devora el desamparo,
antes de que el hipócrita de turno la expulsase
de la miseria libre de su reino.

Era una mujer hospitalaria y jubilosa,
dotada de una magnánima variedad
de benevolencias, y ahora se extingue
al borde de la playa, cerca
de ese antiguo burdel, igual que un bulto
devuelto por la marea.

Vida dilapidada,
corazón decrépito, qué hermosura
saber que nunca hizo absolutamente nada
para evitar su propio descalabro,

Dios mío.


Summa vitae

De todo lo que amé en días inconstantes
ya sólo van quedando
rastros,
marañas,
conjeturas,
pistas dudosas, vagas informaciones:
por ejemplo, la lluvia en la lucerna
de un cuarto triste de París,

la sombra rosa de los flamboyanes
engalanando a franjas la casa familiar de Camagüey,
aquellos taciturnos rastros de Babilonia
junto a los barrizales suntuosos del Éufrates,
un arcaico crepúsculo en las Islas Galápagos,
los prolijos fantasmas
de un memorable lupanar de Cádiz,
una mañana sin errores
ante la tumba de Ibn`Arabi en un suburbio de Damasco,
el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana,
aquél café de Bogotá
donde iba a menudo con amigos que han muerto,
la gimiente tirantez del velamen
en la bordada previa a aquel primer naufragio...
Cosas así de simples y soberbias.
Pero de todo eso
¿qué me importa
evocar, preservar después de tan volubles comparecencias del olvido?

Nada sino una sombra
cruzándose en la noche con mi sombra.

Madinat Al-Zahra

Los que un día fundaran la suma fastuosa de estos palacios y jardines,
¿vislumbraron acaso su efímera grandeza, fueron conscientes de su fugacidad?

Y los que ahora mismo tratan de sustraer
de incurias y saqueos

tantas magnificencias devastadas,
¿saben que sólo unos vestigios les sobrevivirán?

Los hijos de los hijos
de quienes desentierran los despojos,

¿sospecharán también que nunca
alcanzarán a preservar
los pavimentos y artesones, las columnas y frisos,
baños, salones, acueductos, patios,
ese esplendor inmensurable
que hace mil años deslumbrara al mundo?

Quien ahora pasea entre escombros y atisbos inusitados de belleza, musita de repente una plegaria justiciera:
dejad
que las ruinas perpetúen su rango de ruinas, que las piedras repelan a otras piedras innobles, dejad piadosamente
que los muertos entierren a sus muertos.

(Marguerite Yourcenar,
Andalucía o las Hespérides)
(De Manual de infractores)