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Recital de poemas de José Agustin Goytisolo

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domingo, 19 de agosto de 2018

Poemas de José María Valverde

José María Valverdes



Cuando vengas, cogiéndote la mano...

Cuando vengas, cogiéndote la mano,
volveré a recorrer mi historia muerta;
pasaremos la misteriosa puerta
que guarda mi cadáver cotidiano.

Iremos por las viejas avenidas
del parque de mis sueños, por mi infancia
de pasillos en sombra... Y tu fragancia
cerrará allí sus prístinas heridas.

¡Cómo me besarás en el pasado
cuando beses allí la pura frente
del fantasma de un niño pensativo!

Verás mi origen, para ti guardado,
que me puedes curar, tú solamente,
de todo lo que fue, el dolor aún vivo.

De "Nuevas elegías. Anticipo"

El silencio

Yo te espero, mi amor, para el silencio.
¿Para qué cantar más cuando ya seas cierta?

Cansado de gritar de maravilla,
cansado del asombro sin palabras,
me callaré despacio, como el niño feliz
que se duerme, en las manos el juguete.

Tardarás mucho tiempo en dormirme del todo,
en borrarme los últimos recuerdos que me hieren,
lentísimos recuerdos sin forma ni sustancia;
sombra más bien, o sangre y carne casi,
con raíces que entraron mientras iba creciendo.

Y tendré el blanco sueño de la infancia
desde el que hablaba a Dios, aun a mi lado;
aquel sueño, tan cerca de la muerte,
que podía llegar, serena, clara,
a volverme a mi origen, aun casi en el recuerdo.

Sueño que no será como el de ahora,
lleno de ávidos pozos, de agujeros
que de repente se abren a la nada;
porque tendrá, disuelta en su materia,
como nana de madre,
tu voz muda, la luz de tu existencia,
tapizando las salas de mi sueño.

No me pidas que cante cuando vengas.
Cansado estoy del canto. Tú has de ser la paz última
el blanco umbral de Dios...

Sólo oirás mi silencio, como rumor de fuente,
como la paz de un lago, creada por tus manos,
trayéndote el reflejo de Dios para alabarte.
Confundidas las almas
en las anchas llanuras del silencio, en su noche
sin borde, esperaremos...

Publicado por primera vez en «Fantasía» n° 17, 1945

De "La espera"

El umbral

Mírala aquí delante.
Es la playa donde empieza el extraño
mar de la realidad. Toma su mano breve
y déjate llevar sin preguntar.

Esta mirada clara
ya la habías soñado; este cabello
rubio tiene la luz de tu ilusión más niña,
y, sin embargo, nada se parece.

No te sirve, ahora tienes
que comenzar por la primera letra.
Anda, llama a tus sueños, amánsalos, resígnalos
a fermentar ya hacerse de verdad.

Y tú, sal de tu miedo
antiguo, corazón, pasa el umbral
sin agacharte, ten valor para la dicha,
acepta la hermosura; ya eres hombre.

Échate a las espaldas
tu cariño empeñado en ser amor,
tu ceguedad, tu mundo; toca a Dios en su peso,
única voz que de El podrás sentir.

Anda, obedece y calla,
porque para eso fuiste siempre niño
bueno y sumiso; haciendo la costumbre y el símbolo
de esta nueva obediencia más profunda.

Sí, ahora eres digno
de la vida. Hasta ella te ha elevado
tu soñar doloroso de adolescencia, como
una oración que pide lo que ignora.

Y no por prepararte
-ya ves todo qué extraño, qué distinto-,
sino por esa gota de nobleza en los ojos
con que vas a aprender la realidad.

De "La espera"

 
Elegía
1
Hoy, cuando vuelvo apenas del reino de las sombras,
y de nuevo las cosas son seguras,
oh muchacha, te he visto.
Y ya sé que no entiendes en mis ojos
su hondo gesto de náufragos, su angustia, sin motivo
si la mañana es clara y somos jóvenes.
Yo no sabría hablarte del reino de lo oscuro;
de la noche, del miedo, del demonio y la muerte.
Ay, yo no sé decir lo que me mata,
esta luz en las cosas y en la vida,
este anhelo de algo
que soñé no sé dónde, y me consume
y me aparta de ti.
Por eso me mirabas extrañada,
conteniendo tu aroma
como la flor que ve pasar al toro.

Tú eres lo que he perdido. Y no me entiendes.
Tienes la misma luz de mis sueños eternos.
Y al mirar hacia ti, como al hogar de niño,
sé que te doy terror.
Yo, junto a ti, soy como
la tiniebla nocturna que llama a las ventanas
aterrando a los hombres;
y lo cierto es que llora y quiere solamente
entrar al dulce amor, al fuego diminuto,
a la luz ya la dicha con orillas
de que fue desterrada en el principio.

Me llevaré tu imagen solamente.
Tú no puedes saber lo que vale un recuerdo,
una imagen suavísima a través de los años,
que apenas recordamos cómo era,
pero, de pronto, surge en medio de lo triste,
como un dulce relámpago;
no con su rostro, no con sus facciones,
sino con una mezcla de sonrisa y mirada
en forma de luz de oro,
de luz de dicha antigua, de inocencia,
de lo que no hallaré, del fondo de mis sueños;
luz de origen, de Dios.

2
Siempre en mí quedarás de esta manera:
con una claridad de mañana de octubre
remansada en rincones,
con tu suave luz de oro, y esos ojos
que me miran con desconcierto de ave.

Tú te irás por la vida;
cruzarás muchos ríos, luminosos y oscuros,
estarás triste a veces, otras veces alegre,
algún día gozando, casi eterno, el instante,
y otro día volviendo tus brazos al recuerdo.

Verás paisajes, muertes, primaveras, ciudades,
y esos ojos de ahora tendrán luz de nostalgia
como un salón vacío en el ocaso.

Pero en mí serás siempre igual; eterna,
a salvo de los años y la muerte,
siempre rubia y dulcísima,
con esa claridad de mañana de octubre.

3
Ahora, cuando vuelvo del reino de lo oscuro,
y quiero hablar, coger, ser hombre entre los hombres,
oh muchacha te he visto.
El suelo es firme, sí. Pero ya he de estar solo.
Me queda únicamente el amor de la tierra,
el beso de la tarde, la mirada de un perro,
el paisaje, que vuelve a ser amigo,
con el viento sonando a lo lejos a Dios,
con vago olor a Dios...

Por eso, extraño y alto,
lejano como un astro, deshabitado y frío,
serenamente triste, te contemplo,
como el último rayo del poniente
que enciende, aún, la copa de aquel árbol
y se aleja a alumbrar otras tierras felices
de tejados brillantes y de hombres sin angustias,
mientras viene la noche y estoy solo.
De "Nuevas elegías. Anticipo"

Elegía 2

Tú debes ser un ángel
de un edén que he perdido y no recuerdo.
Tienes la luz y aroma conocidos
de un mundo que he vivido, no sé cuando,
más allá de los bosques de mi infancia;
de un mundo amigo y dulce,
de una paz primitiva
que siento perdurar en los demás humanos,
y que a través de tu cristal aún miro,
en la luz de tus ojos.

Por esa luz me llega a este destierro
mi nombre, pronunciando con la cadencia vieja
de cuando yo era niño y me llamaban...
Son como las estrellas que mira un prisionero.
Sobre tu labio tienes, blancamente,
inminencia de vuelo de ala de mariposa.
...Ay, qué triste me pones;
resucitas mis tardes con la luz que tuvieron,
mis sueños por rincones,
mis anhelos difuntos,
aquel alma perdida.
De "Nuevas elegías. Anticipo"

Elegía a la fotografía de una muchacha desconocida

Tendrías quince años cuando quedaste inmóvil
aquí, en la cartulina de suavísima niebla.

Te vuelves a mirarnos -con unos ojos negros,
dulces, hondos y frescos como grutas-
desde el escorzo grácil de tu cuerpo.
Dime, ¿de dónde viene tu mirada?
Habla de cosas dulces y pequeñas,
de tu vida, tu casa,
tu piso, bosque umbroso de sueños y recuerdos,
-tú eres la cierva blanca en su espesura-,
el balcón donde ves pasar las nubes,
los viejos y borrosos retratos de la sala,
las butacas de verde terciopelo gastado,
el piano, negro, mudo, con ecos, -como un pozo-,
y el bullir y las voces, apagadas
y vagas, de la sombra en los rincones...
(¡Ay tus sueños de niña!
¡Cómo están en el fondo de tus ojos
muriendo dulcemente!
Estrenabas la vida;
aquel día morías y nacías.
Y aquí, en este retrato,
frente al blanco camino,
dejaste tu niñez en la mirada.)
Esa luz que ha quedado contigo prisionera
en tu clara laguna,
es la luz que conservan
las cosas de la abuela puestas en la vitrina.

Ya te habrás olvidado. ¡Qué muerta estás aquí!
¿Dónde estarás ahora?
...Días, calles, olvidos, amores y tristezas,
relojes, calendarios, trajes, cuerpos, ventanas,
tejas, lluvias, tarjetas, zapatos ya gastados,
tranvías, ruedas, nubes, sueños, tardes, mañanas,
inviernos y veranos, rosas secas, revistas,
muertos, libros, silencios, músicas, risas, llantos,
arroyos y caminos, montañas, bosques, mares,
y un montón de minutos iguales como arenas
me separan de ti.
Pero en mi orilla queda tu retrato olvidado.
...Tendrías quince años. Yo, entonces, estaría
paseando mis sueños de niño no sé dónde.
¿Dónde estarás ahora?
Oh muchahca lejana que quizá hubiera amado
de no ser por el tiempo, el tiempo... siempre el tiempo...

Publicada por primera vez en «Entregas de Poesía» n° 14, 1945
De "Hombre de Dios"

Elegía de las muchachas

Hay tardes en que el alma
se reclina en su pena
y halla dulzura: niño
que, entre besos, se queja.

Desde el rincón de siempre
nuestros dolores diarios
se ven remotos, puros,
casi ajenos, dorados.

Y queremos hablar
del sobrante de dentro,
venciendo el dolor de hoy
con una voz sin tiempo.

Distante de la tierra
y el vivir, yo los amo,
pero una nube, en vida,
del suelo me ha apartado.

Los amo con amor
de difunto, de padre;
con amor lejanísimo,
cual si en Dios los mirase.

Y hace falta decirlo,
aunque mi voz parezca
que viene de otro tiempo
o tal vez de la tierra.

Hoy me vuelvo a vosotras,
muchachas, que a mi lado,
sois flores de tristeza,
voces de lo lejano.

¿Sabéis por qué estos ojos
de angustia y de distancia?
Hoy quisiera explicaros
viejas cosas, muchachas.

En el alma, de siempre,
llevo un presentimiento
funeral; quizá muerte,
quizá sombra o destierro.

Esa amenaza antigua
nació conmigo; estuvo
en mi primer latido,
en mi más puro impulso.

Dulces sois, sí, muchachas,
más que yo sé decirlo.
Pero yo he madurado
para un reino sombrío.

Os miro como eternas.
En paz quedáis, en tanto
yo fluyo hacia lo oscuro,
fatal, apresurado.

Vosotras sois como álamos,
quietos en la ribera.
Yo paso por en medio
hacia el mar que me espera.

Así os hablo, muchachas,
como si hubiera muerto.
Como si fuerais niñas
y yo fuera muy viejo.

Lejos estoy, lo sé.
La primavera en vano
me acercaba a vosotras
con el sol en los labios.

Un oscuro destino,
triste como un gran peso,
me alejaba, guardándome
intacto para el duelo.

Quedad, quedad gozosas
en el presente, casi
eterno; que el amor
en torno vuestro dance.

Yo, triste privilegio
del llamado a lo oscuro,
contemplo al mismo tiempo
el ayer y el futuro.

Os veo en el mañana,
en vuestra dulce vida
diminuta, bogando
por los años, tranquilas.

Y yo no sé qué muerte
o qué dolor cualquiera,
o acaso sólo, cual
soledad o tiniebla,

va a caer en mi alma
llevándome a una cumbre
helada, donde grite
sólo a Dios tras las nubes.

En la que el mundo sea
un valle, donde el hombre
alce remotos humos
y, tal vez, leves voces.

Hoy tengo una ternura
a través de los años.
La que diera una cinta,
una flor o un retrato.

Algo bello y gozoso
que quedó en la lejanía,
como un leve anticipo
de la muerte en la vida.

De "Nuevas elegías. Anticipo"

 
Elegía de primavera

¡Dulce tarde infinita,
anégame en tus aguas de oro quieto
donde el alma reposa sin angustias;
dame tu plenitud, que nada quiere!

Eres eternidad.
Tú me borras el tiempo y el espacio.

Todas las primaveras de mi vida
suben de mis bolsillos a mis manos.
Primavera de niño, en los balcones,
viéndola, como un mar, ante mí abierta;
y luego, en el paseo
-mientras que yo miraba
jugar a los demás, meditabundo-,
iluminando mi alma silenciosa,
sola como un mendigo...
(... y la rueda de niñas...)

Primavera de siempre, con el ansia
de quererla beber hasta encontrarle el fondo.
¡Que no quede una hoja ni una brisa
que yo no haya gozado!
¡Que no te vayas nunca, primavera!

Y el espacio no existe: aquí está el mundo.
En la hermandad del sol
este valle y el otro son el mismo.
Ya está fundido todo.
La tierra entera canta entre mis brazos,
y me llaman los montes nunca vistos
y siento aquí presentes las ciudades
donde sueñan muchachas ignoradas...

¡Primaveral tristeza de estar solo!
Yo quisiera tener bajo mis manos
pétalos de las rosas más lejanas,
y una voz de muchacha, suave y tibia,
guardada en la cartera...
Tristeza porque sí, porque estoy triste
cuando todo se alegra sin razones...

De "Hombre de Dios"

Himno para gloriar a mi esposa

«Creo en la resurrección de la carne»

Siempre que vuelve por tus ojos
un viento de tus años de niña a atravesar,
y te llama un paisaje
que empezaste y dejaste a la mitad;

siempre que un cielo y una playa
de otro tiempo, te insisten con nostalgia de allá,
y querrías volver
a esos recuerdos donde has muerto ya,

no llores, sino calla y oye
cómo vive en tu cuerpo, cómo en tu carne va
todo lo que has vivido,
en tu carne que nunca morirá.

Grabado está en tus huesos cada
dolor, cada ilusión que ha cruzado tu edad:
por tu cuerpo de días
resucitado, a Dios entreverás.

Y en esa huella de la vida,
como están dos pisadas en una sola, igual
la huella de mi nombre
al golpe del amor ha de quedar.

Ante el Señor, tu nuevo cuerpo
hará de mí más luz entre su claridad:
iré en lo que fue tuyo,
reflejado en tu nombre de cristal.

Y tu figura, como un cántico,
cruzará de eco en eco toda la eternidad,
sonando por tus hijos
de rostro en rostro, por siempre jamás.

Publicado por primera vez en Ínsula n°125

De "Voces y acompañamientos para San Mateo"

Historia de nuestro amor
(Más allá del umbral)
                                                    Softly my Future climbs the stair,
                                                 I fumble at my childhood's prayer-
                                                          So soon to be a child no more!
                                                                   Etemity, I'm corning, Sir,-
                                                    Master, I've seen that face before.
                                                                                        Emily Dickinson


Ya sé, ya sé que estaba amaneciendo
y en la neblina y en tus vagos párpados
empezaba la tierra, todavía
menos costumbre que ilusión, brotada
de un poso de campanas y de soles
madrugados de tu niñez. Cercando
el despertar con voz de caracola,
casi haciéndote daño, la esperanza
desbordada y sin rostro, igual que todas
las mañanas, cantaba por tus venas
como un golpe de miel ebria, disuelto
al caer dentro de tu corazón.

Niña desobediente a los deberes
de ser mujer, la cifra de tus años,
obstinada en tu infancia, en alargarla,
a esa hora sentías tú la vida
golosamente retrasada, entera,
palpada como fruta que da lástima
morder, por no romper la tersa piel.

Pero al salir un poco más a flote,
de súbito, entre el vaho rumoroso
de mares, de ciudades y de puentes,
sentiste que perdía pie un latido,
que te había llamado una voz nueva
con un nombre más grave, más secreto
e ineludible; el nombre de tu muerte;
que un pájaro augural se había oído
y un viento del amor, por un instante,
vino a cubrir el ruido de las olas.

Como si amanecieras a un domingo
más solemne, aguardado largamente,
mirándolo acercarse, y conversándolo,
y al comprender que es hoy, que ya no cabe
más ilusión, entonces lo temieras,
lo quisieras dejar para otro día,
aplazarlo hasta nunca, por el miedo
a su cansado atardecer, la vuelta
de la tarde hacia el lunes, recontando
lo que por fin fue todo lo soñado;
así sentiste el corazón, con vértigo
alzarse contra el tiempo, rebelarse
contra su mismo peso de manzana,
vertido sin remedio hacia unas manos.

No era ya un nombre de hombre, ni mis ojos
en solemne esperar el sacrificio,
no era mi voz quebrada, tal de un niño
que pide una limosna de ser grande
y de tener dolores de varón,
sino que viste atrás el hado, el tiempo,
la seria obligación de vida y tránsito.
Al fin, habrías de cumplir tus años
sin demorarlos más; y recibías
al destino con tus trajes de niña,
hasta acabar de usarlos, por vez última.

Pensaste: «Y esto es todo. Mis inmensos
sueños son esto, igual que si muriera».
Yo entré casi con pena, deteniéndome
ante ti, en tu país de luz antigua,
estremecido de respeto, viendo
tu casa, donde siempre es Navidades,
tu verano descalzo, siempre el mismo,
en que regresas a tu origen quieto,
tu crecer junto al mar, en sus raíces.

Ea, todo acabó. Pues todo sigue
pero ya no es la misma tu mirada.
Como si hubieras puesto un nuevo espejo,
hay una doble luz hoy en tu cuarto,
llegó el amor a saltear tus reinos
de inmóvil sol, y no por los caminos
por que se viene y va hasta los inviernos;
ha venido del lado de la playa,
vagabundo, bajando desde el monte
donde se oía el mundo por la tarde.
Ahora sabes qué inútil fue volverte
a la pared, a atar el hilo roto,
querer resucitar viejos muñecos,
con mano dulce sujetar el alma.

Yo te vi someterte poco a poco,
quitarte la corona de ilusiones,
descender del sitial de libertad
a querer sin querer; he contemplado
tu primera sonrisa temerosa,
distraída, volviéndose a luchar
contigo misma y el amor naciente,
como asomada a una ventana, pero
escuchando hacia dentro de la casa
los pasos de alguien que entra; yo sé cómo
alguna vez, al tiempo de tu risa,
se veía cruzar un pez de sombra
bajo tus ojos de agua abierta y clara.
Ya bajas y gozosamente aceptas
tu parte de dolor y amor. Colocas
mi mano sobre tu cabeza y dices:
«Heme aquí. Cúmplase en los dos lo escrito».

Pero nunca hay morir. Inesperada
vida, como al pasar de un valle a otro,
nos envuelve y se impone lentamente.
Yo soy igual que tú. Yo tuve miedo
antes también, y, mira: ahora rebusco
hasta lo más pequeño y olvidado
de mí para traerlo a que se queme
en ti. Tras el primer escalofrío,
como al caer una cadena de ancla
por su escobén, con roce helado y súbito,
se abre luego el silencio en anchos cercos
y reina la mañana sobre el barco,
así despierto ahora a la luz nueva,
así siento inundarse en otra sangre,
casi ajena, mi corazón, y palpo,
atónito, el milagro, aún sin verlo,
porque mis ojos todavía empiezan
a aprender de las manos. Todo llega
a la oblación en caravana alegre;
antes, mucho nombraba yo a la muerte
con mi primera voz, y hoy no hace falta;
su sello de verdad definitiva
lo pones tú en mis cosas. Para ti
he crecido de niño con sospecha
de un destino, y he estado preparando
con tiempo mi ternura y mi palabra,
mi antigua sumisión enardecida;
meditando qué fueran unos ojos,
empeñando en hacerme digno, en cada
paso, como si ya me vieras; siempre
vestido para el viaje, y todo en orden.

Aquí lo tienes, échalo en la hoguera
que nos tapa la oscuridad del bosque.
Ven, muerte mía, muerte de ojos claros,
y al hundirme en tus aguas dame vida,
vuelve a acunarme, cántame el nacer
con tu voz, que no se oye de tan pura,
ábreme la mirada al nuevo día,
como tras de haber muerto, donde todo
depone su verdad. Ya, más difuntos,
andamos por un suelo más secreto;
aprendiendo a ser dos, vamos errando
descalzos por lo oscuro de la casa,
por donde al retumbar la voz se nota
que alguien vela en silencio, mientras mana
la esperanza en tinieblas, como fuente
que no se oye, mas todo lo enternece;
descendemos a nuestra roca viva
donde se posa el pie de Cristo, el peso
consolador de Dios, como una mano
en la frente del niño ciego; donde
nos empieza a nacer todos los días
nuestro Cristo de dos, resucitando,
multiplicando el mundo, que se extiende
ahora con más montes y más tierras.

Y hoy que vamos creyendo en otros días,
juntando más amor para mañana,
y ponemos despacio en una hucha
los besos ahorrados, le decimos
a Cristo que es la hora de que llegue,
hoy que empieza a ser todo verdadero,
para que lo conviva y lo recoja;
que ya puede venir a compartir
nuestro pan de esperanzas, ya sentarse
con nosotros, ahora que tenemos
un rincón, entre dos almas, sin viento,
y una cuna de manos enlazadas;
que bajo nuestro techo de palabras
habite con los dos, para que se haga
verdad lo que decimos, y aprendamos
a estar cerca, y dejados en su sombra,
a ver la paz ya hablar y oír más bajo;
que sobra voz, ya siempre sobra voz.
.
De "Versos del domingo"

Hoy vuelves como siempre, primavera...

Hoy vuelves como siempre, primavera,
cuando a tu luz ya había renunciado
y el corazón está desconcertado
por este gozo nuevo que le altera.

Casi siente que le redimas... ¡Era
tan bello su rincón iluminado
en que, triste, se había refugiado
para vivir tan sólo con su hoguera!

Mas sí, rebosaré por tu sendero,
que, aunque tú vuelvas siempre, me iré un día
y sin mí brotarán igual las flores.

Pero el gozo de estar lleno y entero
al subirme a la boca se me enfría...
¡estar en primavera y sin amores!

De "Nuevas elegías. Anticipo"


La fuente

                                 Para Felicidad y Leopoldo, en recuerdo
                                                                        de un día en Astorga
                                                                                       (...En la fosca
                                           penumbra del jardín la fuente late!
                                                                                                           L.P.


Al entrar, en la noche,
la seca fuente de color de yedra.
La fuente nunca vista, conocida
del país de los versos,
de los viajes sin años por las páginas.
Estaba seca. Sólo,
encima, unas macetas,
cuelgan sus tallos como muertos chorros,
haciéndola recuerdo.
Estaba seca. Sólo
polvo gris en su pila,
triste resto del tiempo.
Estaba seca. Sólo
es un cuenco de ausencia,
que hace al aire suspenso y temeroso,
no se sabe de qué,
como si alguien, de súbito,
se hubiera ido, o dentro hubiera muerto.
Y el niño melancólico de bronce
se olvida, con el paso interrumpido,
mira sin ver, medita...

Publicado en Proel, n° 14, 1945

Las viejas campanas

Oigo viejas campanas que llegan del pasado,
campanas de la tarde en los pueblos tranquilos...
Campanas que no he visto, y ahora están cantándome
desde los dulces valles del pasado difunto.

Venid conmigo, entrad a la sombra que llega.
Cantad, pues sois tan leves que no puede decirse
si sois un sueño muerto o si es que estáis distantes,
porque la lejanía confunde espacio y tiempo.

Éste es el tiempo triste de nacer con recuerdos.
Cuando yo vine al mundo, habían muerto cosas
que he crecido esperando. Y yo no lo sabía,
las suponía cerca, tal vez tras de mi casa,
tal vez tras de esos montes a donde van los pájaros.
Y el rumor del poniente era su voz remota.

No sé, yo no sé qué eran las cosas que esperaba.
Sé que era algo sencillo. Eran dulzuras mínimas.
Quizá mañanas claras, quizá rumor de fuentes,
quizá campos amigos donde Dios paseaba,
o era el amor, a salvo del viento de la historia,
o el conversar despacio de las cosas sabidas...

De "La espera"
Me amarga y me consuela que mañana...

Me amarga y me consuela que mañana
cuando a cerrar se empiece esta mi herida
yo te veré pasar junto a mi vida
con tu dicha pequeña y cotidiana.

Mi consuelo será juzgar tu vana
biografía menuda y repetida
y volverme a mirar mi alma escogida,
del verso y de sí misma soberana.

Mas, ¡ay!, que libre y todo, e insobornable
esta fría altivez de nieve y cielo
el dolor de estar solo no me engaña.

...Y, otra vez, al destino irremediable
de no saber tener otro consuelo
que el que me pueda dar mi propia entraña.

Publicado en Garcilaso, octubre de 1943


Mi angustia amargará la brisa pura...

Mi angustia amargará la brisa pura
que no tiene complicidad contigo;
mi soledad ya enturbia el blanco trigo
que crece sin pensar en su dulzura.

...Te le has ido a sembrar otra ventura
por los surcos calientes de un amigo
y a fuerza de pensar no te maldigo
porque nunca te dije mi amargura.

Yo sólo fui el autor de mi derrota;
nunca te dije nada y hoy no puedo
ni tener con razón melancolía...

Me engañaré, diciendo a mi alma rota
que, con mi verso, intacto y fuerte quedo...
cuando eras tú quien todo lo ponía.

Publicado en Garcilaso, agosto de 1943


Miro cantar la vida como fuente...

Miro cantar la vida como fuente
al pie de mi ventana desdeñosa;
miro estallar las gracias de la rosa
y no embriago en su olor mi triste frente.

Está el mundo lejano en mí presente
doliéndome y latiendo, cosa a cosa,
y toda la tristeza misteriosa
de la vida me embriaga en el poniente.

¿Y eso es todo; mirar, sentir la vida?
¡Qué más quisiera yo, en la primavera!
Mas ¿qué hacer, en las manos del mandato,

sino servir? Y ya, la orden cumplida
y muerto tras mi voz, sólo me espera
esta paz orgullosa de algún rato.
De "Nuevas elegías. Anticipo"
Oh amor desconocido, amor lejano...

Oh amor desconocido, amor lejano,
que ya no sé esperar como solía,
¿me guarda Dios la aurora todavía
y al despertar te encontraré en mi mano?

Ay, para que se cumpla algo en lo humano
cuántas casualidades en un día
se tienen que juntar en armonía;
cuántos intentos mueren en lo vano.

Mas ¿no existe, sencilla e inexplicable,
la rosa? ¿Es por difícil menos bella?
¿No es difícil el ser, y es verdadero?

Tú también puedes ser, con la inefable
solución de la planta y de la estrella;
y alzándome otro trecho, espero, espero.

De "Nuevas elegías. Anticipo"
Olvido y memoria juntos

(El poeta)

                                                        ...la mano creadora del olvido.
                                                                                  Antonio Machado


                                                                                         A Luis Rosales

Cuando toco el alma, encuentro
que no es verdad el olvido.
Todo lo que fue una vez
vuelve a aparecerse, vivo.

Pero todo está olvidado
desde antes de haber sido.
Nada de lo que me llega
puedo tomarlo por mío.

El olvido y la memoria
trabajan para lo mismo:
van convirtiendo en palabra
cuanto atraviesa el espíritu.

Se nombra lo que se fue.
El recordar es mi oficio.
Recordar pasado, ahora,
y lo que aún no ha venido.

Se nombra lo que se fue.
El olvidar es mi oficio.
Una niebla de extrañeza
me aleja de lo que digo.

En la palabra se juntan
la memoria y el olvido.
Soy el ajeno a las cosas;
yo, que las nombro, estoy mísero.

El olvido es sólo un agua
que distancia lo vecino.
Ver junto a un acantilado,
intocable, un barco hundido.

Ver siempre el mundo en reflejo,
igual que en un lago limpio,
a cuya orilla los álamos
se desprenden de sí mismos.

Como al fondo de un espejo,
al ir viviendo me miro,
lejano, extraño, difunto,
como recuerdo en un hijo.

Todo lo confundo, todo.
Si en los lóbregos pasillos
del recuerdo torno a verte
a ti, amor, mi amor antiguo,
siento que puedo cantarte
como si estuvieras vivo.

Y si me vuelvo a ti, amiga
cualquiera, nombre perdido,
podría hablar, como si
nos hubiéramos querido.
Puedo contar tus recuerdos
de infancia, aquellos vestidos,
tus muñecas y tus miedos;
todo lo que no me has dicho.

Cuanto he tenido una vez
llevo, sin saber, conmigo
-lo mío va por la sangre
con lo ajeno confundido-,
como guarda el caminante
la presencia del camino
en la luz de la mirada,
en la anchura del respiro
y en una flor diminuta
que ha arrancado, distraído,
y que al entrar a la casa
paternal, en cualquier sitio
pone, para que se vuelva
aire en el aire sabido...

De "La espera"

Oda al corazón de la amada

Tu antiguo corazón adolescente
repósalo en mis manos, y que se abra
en historias, aromas muertos,
campanas y ecos de campanas.

Vienes hasta hoy para contarme,
bajas desde los montes de tu infancia,
el delantal lleno de flores
y el miedo del pinar en la mirada.

Ven y quiéreme tú también; ya sabes
lo poco que es vivir; descansa
tu desamparo en el mío, contándome
tu edad de niña, sin palabras.

Tú, como yo, al volver de costas,
o de bosques, o de montañas,
frente a la vida o a la primavera
o en la orilla del año que se acaba,

piensas: las cosas pasan más deprisa
que nuestros ojos pueden contemplarlas.
Para soñar cada minuto
vivido, un año haría falta.

Quieres tener los días muertos
releídos, igual que cartas,
haber libado toda su nobleza
para ese día en que ante el Señor vayas.

Vuelves, soñándolas despacio,
a las fugaces cosas que dejabas
apenas rozadas; no queden
allá, a medio exprimir, como naranjas.

Vas ahora a mejorar todo
pues lo que fue, después de muerto, cambia;
así en los hijos los padres difuntos
y la luz de la vieja casa.

Juntas uno por uno los juguetes
del recuerdo, las leves barcas
de pesca, con el nombre en letras negras
sobre la proa verde y blanca,

cuando, a la tarde, el alto rompeolas
las recibe en su sombra vasta;
las estaciones en el llano,
los cielos al trasluz del sol que marcha...

Pero ahora que yo te quiero
reúne con las mías tus estampas;
como niños con sus sellos del mundo,
del color de tierras extrañas.

Recorreremos juntos los barbechos
sin espigar, de horas gastadas;
hablaremos despacio por las tardes,
revolviendo las hondas arcas.

Que cuanto fue nos dé su sangre,
ahora que es tiempo, no se torne en nada,
y de esta poquedad llevemos
un día a Dios nuestras manos colmadas.

Confundidas las dos memorias
nuestros ayeres uno sólo se hagan,
y de él, en común sueño poseyéndolo,
nuestro futuro único nazca.

Hilando así la tela de recuerdos
que llevaremos de mortaja,
doblaremos con días del pasado
todos los días del mañana.

Cada hora con un recuerdo
emparejada y resonando, cada
imagen tuya por entre las mías
enredándose equivocada,

todo en tal confusión crezca y dé fruto,
lo que pasó con lo que pasa,
y cada cosa se desdoble en tiempo;
como tu corazón, amada,

que huele a antiguas primaveras
y sin fin se despliega y se derrama
en sones, y ecos, y ecos de eco,
como las campanadas recordadas...

De "La espera"

Primer poema de amor

Lo primero es sentir que me invade el silencio.
Huyeron las palabras, las brillantes ideas,
y apenas, niño mudo, te indico con el dedo
un pájaro, una brisa, o el día, tan hermoso.

...Al fin, querría hablarte de cosas verdaderas.
Contarte cómo he visto volar las golondrinas,
hablarte de las pocas ciudades que conozco,
de los grises pasillos de mi piso de infancia,
sacar sueños antiguos del arca, como trajes
que quedaron pequeños, abrir los gruesos libros
de neblinosas fotos, los cromos del recuerdo
de horizontes con sierras y de tardes lluviosas.
Porque eso es lo que soy, más bien que mis palabras:
una larga memoria, sonora y palpitante.

Y aunque apenas entiendo de las cosas del mundo,
tal vez pueda gustarte saber cómo es el tiempo
visto con otros ojos; y, además, es lo único
que saqué de mi vida: como el niño que vuelve
del campo, y que no trae nada que contar, sino
piedras y mariposas, y alguna lagartija...

Siempre sueño otra edad más fuerte y pura: claros
tiempos en que el poeta, sacerdotal, estuvo
en medio de los hombres, como fuente en la plaza,
con sus bueyes y viñas, su casa, rica en hijos;
sin que el traer la voz divina le arrancase
de sus hermanos, lejos, extraño y diferente.
Y me sabría igual que un pecado escribirte
de la luna, las lágrimas, el olvido y la ausencia.
Porque voy a llamarte para nombrarte esposa.

En la mano de Dios, como en una llanura
dos surcos que cobijan una sola semilla,
tal sea nuestra vida. En el campo sin bordes,
cuando cae la tarde, con una brisa leve
de soledad y frío, los desamparos juntos
de nuestras almas corran, allá, hacia el horizonte...

¡Qué bien cabes, pequeña, dentro del corazón!
Tu pelo no está hecho de sombra ni misterio,
y si hay noche en tus ojos, es una noche amiga,
como de primavera, no abriéndose a la nada,
sino con el Señor palpitando en estrellas.
Bella tú como el día, pero aun más, vencedora
de la belleza, más allá de su tragedia,
de su cruel dilema que desgarra las cosas
y con su envenenada alusión de infinito
las hace pobres sombras de más alta belleza,
perfecta, pero única, sin nombres ya, de hielo.

Vienes primero tú, y después tu belleza
te sigue, natural comitiva; entre todo
tu racimo de dones es la luz que lo dora.
Yo ya te conocía del país de los sueños.
Tu aire de niña antigua, tu palidez de antaño,
de estarte pareciendo a tu madre y la mía
cuando fueran muchachas, me están diciendo ahora
que es cierto todo aquello presentido que yace
en el alma al nacer; que todo es ya sabido,
que Dios hace los sueños con esa misma mano
con que crea las cosas que podemos hallar.

Si eres verdad, es cierto todo lo que soñamos.
En medio de la huida de las cosas, en medio
de la duda y la niebla, y este nunca curable
terror a la asechanza de la desgracia ignota
que nos ahogaría de pronto sin remedio,
yo acabo de encontrar algo que nada puede
quitarme; el amor éste que te tengo y que irá,
hecho huella en el alma, hasta el mar de lo eterno,
como río que llega del país del dolor.

De "La espera"

Retrato de una muchacha mejicana

Nos veía hablar, y sus ojos
de oscura cierva, suaves, lentos,
miraban, sabios, desde fuera
nuestras palabras, leve juego.

A veces en luz sonreía,
como no oyendo, y presintiendo,
igual que un niño ve el color
de lo dicho, sin entenderlo.

Mirándonos con la sonrisa,
respondiendo en su mirar quieto,
que palpaba las puras cosas;
ojos a tientas, ojos ciegos.

La grave forma de sus labios
no era gesto; era el cauce seco
de siglos besando el dolor,
de siglos de huraño silencio.

De "La espera"

Salmo de la raíz del amor
                                              ...l'heure ou l'essaim des rêves malfaisants
                                       tord sur leurs oreillers les bruns adolescents...
                                                                                                                Baudelaire
                                                                                          A Vicente Aleixandre

Es ese pez oscuro que, nadando en lo hondo,
nubla el rostro moreno de los adolescentes.
Es el quieto relámpago, la luz lunar maléfica
que hace palidecer a las claras muchachas.

Un barro palpitante de posibilidades,
de vagos sapos, plantas de verdosas raíces
que pasan poco a poco de lo inerte a lo vivo;
de sombras fugitivas, de luces sepultadas.

La Fuerza se desliza siempre por las tinieblas.
Está en nuestras cavernas ignoradas y horribles,
tiene serpientes turbias en lo hondo de los vientres,
ataca por la espalda, nos arrastra de pronto.

La Fuerza llega al hombre cayendo desde arriba.
Le es ajena, y en todos es la misma; por eso
tiende a pasar bajando, como un río en cascadas,
a través de los hijos, rumbo a un mar ignorado.

Empezó con el tiempo. Dios la infundió en el hombre
con su soplo a través. Por eso se anonadan
los cuerpos con placer bajo su puño oscuro,
liberando ese impulso que tenían cautivo.

Ved los hombres llevados a rastras por su viento.
¿Qué somos en sus manos? Lo que creemos nuestro
no es más que la obediencia a un oscuro destino.
Pasa, y de nuestra fuerza sólo quedan cenizas.

Ved la sangre incendiada subiendo a las montañas,
empujando las ruedas, cabalgando los vientos,
amargando los mares y tiñendo las nubes.
Es la Fuerza, esa Fuerza única y sobrehumana.

Ved los ojos ardiendo del hombre enamorado,
con la ansiedad a cuestas de su sed sin descanso.
Es la Fuerza, cortada en mitades que cantan
y quieren proseguir las unas por las otras.

Ved al hombre gemir como un niño en la noche,
vedle doblarse, frágil, como flor agostada,
vedle temblar, llorar, igual que un desterrado
a orillas de ese mar nocturno de la Fuerza.

Mirad hombre y mujer cayendo como montes,
como torrentes ciegos uno en brazos del otro.
El mundo se vacía y se cumple en su abrazo,
mediodía de vida, éxtasis, plenitud.

El hombre no la entiende. No es suya. Va de paso.
Y grita allá en lo oscuro, como un pájaro ciego,
y aplasta, y quema, y ruge, y marchita lo verde,
y reseca la carne con su soplo de llama.

Al pasar, roza al hombre con sus alas negrísimas.
Profundiza sus ojos con lo que no se entiende,
y contagia de noches y abismos con su huella.
Es un místico río que nos atravesara.
Un río con reptiles difusos y gusanos,
y oscuridades verdes sobre limos ambiguos.
Pero un río celeste, de éxtasis y misterio,
que incendia nuestro cuerpo de eternidad y Dios.

De "Hombre de Dios"


Todo os lo dejaré cuando me muera...

Todo os lo dejaré cuando me muera;
las rosas que yo solo comprendía,
mi aire, mi cielo y luz, mi noche y día
mi asombro de existir, mi vida entera.

Y pues completa dárosla quisiera,
tomad también la gota de armonía
que a ese mundo he añadido mi poesía
con su revelación en mi manera.

...Pero sé que aunque os deje voz y trino
me llevaré al silencio eterno, muerto,
este modo de ver que me arrebata,

este mundo inefable que adivino,
esta revelación que nunca acierto
a expresar, que me aprieta y que me mata.
Publicado en Garcilaso, noviembre 7 de 1943

Van madurando aquellos viejos días...
Van madurando aquellos viejos días
que me aleja el silencio y el reposo;
va fermentando el más querido poso
en mis bodegas quietas y sombrías.

Ya son carne las muertas horas mías,
ya me aploma su apoyo nebuloso
y en la boca las siento, con untuoso
regusto de primeras poesías.

Madurar es sentir en la mirada
un aire, espeso y dulce como un vino,
que eterniza en su niebla lo fluyente.

Y es entreoír la voz llana y velada
del conocido pájaro divino
en la jaula del pecho, nuevamente.
Publicado en Entregas de poesía n° 14 1945


martes, 10 de abril de 2018

JOSÉ LUÍS HIDALGO



José Luís Hidalgo


José Luís Hidalgo


José Luís Hidalgo, poeta, ensayista, pintor y grabador español nacido en Torres, (Cantabria),en 1919. Lo que se conoce de su biografía es tan breve como lo fue su vida, pues murió en plena juventud.

Esta considerado por la crítica como uno de los más importantes miembros de la como poesía existencial de la posguerra, a pesar de que por su prematura muerte su obra no fue tan extensa como prometía su talento poético del que dio muestras desde el inicio de su carrera literaria.

Sus inicios en la literatura fueron muy tempranos, ya que a los dieciséis años comenzó a escribir en El Impulsor. Junto con José Hierro y otros reconocidos poetas está encuadrado en la famosa "Quinta del 42".

Estuvo en varias ocasiones en Madrid para conocer y frecuentar el ambiente literario y así poder participar en diversas tertulias poéticas, interés que le surgió al haber conseguido una mención honorífica por su libro “Raíz” que le animó a cultivar una mayor presencia en los círculos literarios de la capital.

Sus primeras publicaciones fueron los títulos “Pseudopoesías, en 1936, poemario al que siguieron “Las luces asesinadas y otros poemas”, en 1938, y “Mensaje hasta el aire” también en el mismo año, teniendo estas obras poéticas una acusada tendencia surrealista.

Su mejor obra, a juicio de la crítica, es “Los muertos”, obra póstuma que fue publicada después de haber fallecido el poeta, a comienzos de 1947.

POEMAS DE JOSÉ LUÍS HIDALGO

José Luís Hidalgo


Las luces asesinadas y otros poemas ([1936] 1976)

El cuerpo de la sombra

Por estos muros fríos he tocado esta sombra
movible en la humedad de estos musgos lejanos.
Mis dedos ya sintieron
los mundos que dejan en el aire
las bisagras que gimen entre todas las nieblas,
el quejumbroso acento de los perros perdidos.
Mis dedos ya tocaron
los perfiles ausentes de un muerto que no existe,
de un mármol escondido
ya nadie sabe dónde.
No conozco tu cuerpo.
No sé dónde se halla.
Pero sé que tu sangre es una baba que te cala los huesos,
que brota por tus ojos como vidrio disuelto
para mojar tus plantas.
Mi tacto ya está helado en el mar de tu sombra
en esa sombra lamiente
que quisiera venir para estrechar mi pecho,
para ahogar mi garganta,
para partir mi cintura como cualquier gusano
y dejar que mi cuerpo se desespere y llore
y caiga gemebundo
para escupir su sangre por este suelo negro.
Yo sé todo esto.
Pero no conozco tu cuerpo.
No sé dónde se halla.
La sombra desnuda
Estás aquí tan desnuda
que no te conoce nadie.
Hoy, no.
Ahora no te pregunto nada.
Tu cuerpo es larga respuesta
a quien quiera preguntarte.
Te has puesto un disfraz de acero
quitándote los vestidos.
Has creado mil murallas
alrededor de tu sangre.
Pero no.
Hoy no te pregunto nada.

Mensaje hasta el aire ([1938] 1976)

Iniciación

Clamores desde el fondo.
Se crispan las palabras como serpientes vivas,
como aullidos que salen del crujir de los párpados
y se vuelven de acero llorando ante la luna.
Y sobre todo esto:
las tinieblas movibles como un cieno de aceite.
No puedo remediarlo:
lo tengo todo dentro y tengo que escupirlo,
arrojarlo de mí con un asco profundo,
como un hijo maldito,
como un aire parado en mis articulaciones.

Amigos, me duele la sangre.
Mis entrañas se crispan,
se derrumba mi frente.
Y no,
aún no es bastante.
Me tengo que desgajar bajo el parir terrible,
bajo este intento inútil de enseñaros mi fondo,
de querer darle alas a lo que va a nacer muerto,
va a nacer repelente,
no querido de nadie.

Pero algo surge, amigos, algo surge y me invade,
algo que no se calla, que necesito expelerlo,
que me abrasa por dentro,
que quiere abrirse en voz
cantando en vuestras fibras.

Mirad:
las estrellas palpitan contra la misma tierra
como un corazón sobre mano extranjera.

Miradlo:
los pájaros se aplanan iguales a su sombra
ante el cielo blancúreo que les castra las alas.
El aire es sobre la tierra mustia flor en un libro.

Miradme:
sólo soy un anhelo de salir de estas ondas,
de salir de estas ondas y estos pozos sin fondo,
pero el cielo me aplasta con su cercano techo
como un caparazón,
como una costra de sangre,
como un silencio apagado debajo de una herida.

No importa, amigos, no importa.
Miradme bien, miradme, os invito a miradme.
A fuerza de quemarme os mostraré mi fondo
y veréis bien desnudo todo este charco amargo.
Escuchad los clamores, amigos.
Escuchadlos.

Ante el mar

Te quiero blanca nube, te quiero
papel mar en un momento.
Algas son tus suspiros peñas rocas,
gritos
de dientes contra dientes
te quiero mar azul, te quiero cielo, os quiero
juntos como el primer sueño de los amantes
como quiere el silencio a la soledad hecha buhardilla.
¡Oh blanco faro de amor muerte hecha
permanencia llama arquitectura!
La luna derramada duerme sobre
el más suave aliento de una concha mientras
cantan los peces por tu boca que se despereza.
Nada queda por hacer sino quererse.
Raíz (1944)

Así me iré afirmando

Bajo la negra noche soy un inmenso SÍ.
Soy un inmenso SÍ que confirma su vida,
un SÍ que palpita o afirmación rotunda
de que soy, de que existo y moro sobre la tierra.
Bajo la negra noche, bajo el cielo profundo,
bajo el cuerno azulenco erizado de estrellas
me siento transcurrir como un solo latido
que estremece en el aire su coraza temblante.

Yo llevo aquí la vida.
Esta vida que encierra como una mano el mundo,
la vida o subterránea corriente de clamores
que baja hacia la tierra como serpiente viva
o se eleva cantando de amor hacia la luna.
No la sentís?
Es la savia del mundo que pasa por mi cuerpo,
la corriente que gira, cegor inagotable,
voz de retorno eterno por un mismo camino.

SÍ, SÍ, siento que me confirmo
porque soy para el mundo causa de su presencia.

Ausencia

He aquí pájaro humano de lenguas devoradas, Señor.
He aquí mi llegada sin descanso sobre la yerba
a tanto andar color violeta
a tanto llorar por ojos enemigos
en verano que avanza avanza avanza.
Que delgadez en el frío de esta flor
suspirada hasta nube
en el canto de este árbol inclinado
hasta besar el origen de las especies.
Este venir a mí la tarde
con pies de pluma distinguida por
desiertos viajeros hasta el viento
donde humo de besos espera la llegada
de este llegar tendido a no sé dónde.

Te quiero suavemente desde aquí
sin que notes mi amor rosa-azul
en este tanto andar andar andar
color violeta que se derrumba y piensa.

Amor así

Cuando dos cuerpos se unen para amar,
se quema más despacio la soledad de la tierra.

de corazón a corazón, de hueso a hueso,
saltan pájaros ardiendo como puñales,
piel del mundo o deseo donde la carne gime,
un gran río desnudo de inesperados crisantemos.
Cuando dos cuerpos se aprietan como bocas,
se empujan como voraces cataratas al rumor de la vida
perdiendo un posible contacto con la muerte que espera,
que sobre el olvidado planeta a lo lejos refulge
como un fantasma solitario y oculto.
Hombre o mujer, árboles vibrantes,
hirvientes besos estrujados y un ángel.

Amarse es poseer la tierra sin sombras para siempre.

Arrabal

(Bilbao)

Atornillando el alba
el humo de las fábricas.
Hecho plomo dormido
ciego cielo sin lámparas.

Frío, sucio, tensado,
a caricias de polvo
vacilante temblaba.

Aire muerto de ahora,
casi luz moribunda
que burila en el agua.

Puente abierto a lo lejos
—los músculos de hierro—
dos orillas abraza.

Va corriendo entre medio,
vena viva de acero,
toda metal, el agua.

Y el pájaro suspenso,
aún sin llegar,del día,
sobre el viento acechaba.

Desvelo

Grité, grité y grité, mas nadie oía
en la noche cerrada a luz y sueño.
Tacto helado de sábanas sin dueño
sobre mi carne viva se crecía.

Era la noche sólo y noche fría,
cuerpo negro de horror y duro ceño,
y aunque gritaba más, con más empeño,
nadie a mis altos gritos respondía.

Creí que iba a morir y rompí en llanto,
sola mi voz, sin sangre y sin herida
que dejara un salir al prieto espanto.

Pero no, no fue así, que al ver la suerte
de mi morirme a solas con mi muerte
abrí los ojos y volví a la vida.

Los animales (1945)

Caballo

Caballo, siempre hijo, nieto de caballos,
padre de dulces potros engendrados en vientres
y engendradores de engendradores en un tiempo sin mí
cuando mi corazón sea un astro perdido.

Hermosa bestia dura, la antigua tierra pisas
como si el viejo Dios para ti la creara,
porque eres vida ardiente y párpado vibrante
que brillas como un látigo contra los verdes céspedes.

Se escucha en el silencio tu sangre rumorosa
como un mar armonioso que por dentro cantara
y en la noche del mundo tu relincho se eleva
como un cálido chorro que a las estrellas quema.

Como piedra instantánea paraliza tu cuerpo
un rumor de raíces que en la tierra se hunden...
¡Pero de pronto escapas!, bajo la luna roja
huyes como una lanza pisándote la sombra
que sobre la llanura se posa como un ala
mientras se enorgullece la humilde yerba fina
de tu seca pisada tan firme como el trueno.

Caballo, siempre hijo, nieto de caballos,
padre de dulces potros engendrados en vientres
y engendradores de engendradores en un tiempo sin mí
cuando mi corazón sea un astro perdido.

Gato

Vienen y nadie sabe de dónde vienen.
Vienen de la tristeza oscura de los látigos
que en una noche negra azotaron la selva
y dejaron sin sangre para siempre a la luna.

Viene de aquella sangre,
vienen de aquella selva,
vienen de la lujuria de una médula tierna
que al llegar a los hombres dulcemente se evade.

El fondo de sus ojos tiene pájaros muertos
y en las garras dormidas peces acribillados.

Vienen y nadie sabe de dónde vienen...
Vienen...

Pez

Por entre manos húmedas que agitas blandamente
vas tú, pez desnudo, espada velocísima
que pasas y te olvidas de tu huella.
Como una estrella, mudo
derivas a la tumba donde el sonido existe.

(Oscura sentencia,
frío corazón con branquias,
ya muy cerca de la tierra,
de la tierra donde se sostiene el agua).
Arriba, no lo sabes, ¡las águilas!

Los muertos (1947)

Silencio

Silencio sobre el mundo. Va espesando sus alas
la grave mansedumbre del corazón que escucha.
Pesa sobre los muertos, como un cielo caído,
todo el latir del tiempo sobre la tierra única.

Dios es sobre vosotros. Azul tiene su carne,
azul su vasta sangre inmensamente lúcida:
azul es el silencio del mundo que os sostiene
contra el silencio negro que vuestra carne oculta.

¿Cantar?... ¿cantar?... ¿Quién canta? ¿Acaso un mar de piedra
pudo lanzar su voz sobre la tierra nunca?
¿Acaso, de estos hombres tendidos, la voz triste
podrá brotar jamás de su muerte absoluta?

Hay almas, pero callan. Sobre los cuerpos vuelan,
pasan celestemente con un roce sin música;
pero el silencio existe: pesa sobre los muertos,
sobre la tierra pesa, como una eterna luna.

Flores bajo los muertos

Bajo los puros muertos, a veces, brotan flores
blancas y dolorosas, que levemente gimen,
porque crecer es duro, porque crecer es triste
cuando un cuerpo sin vida en las espaldas pesa.

Entonces —escuchad— un pájaro detiene
el vuelo de sus alas y se apaga, se apaga,
mientras el hombre muerto, sin saberlo, transcurre
arriba, más arriba, sobre la tierra, solo. 

Si en un mundo vacío crecieran estas flores,
qué vivamente irían al aire, a la alegría,
pero esta muerte mata su breve primavera,
como un gusano dulce, pisado y amarillo.

¿Y qué? Todo es lo mismo: crecer o derrumbarse,
tener sobre la carne una nube o la muerte,
doblarse ciegamente, doblarse como un río
con estas flacas flores, leves y detenidas.

Los amigos muertos

He adelantado mi esperanza,
como una mano, largamente;
os he tocado en este mundo
que ahora os tiene para siempre.

Pero estáis muertos y no puedo
elevarme hasta vuestra muerte,
porque soy tierra, soy materia,
y vosotros luces celestes.

Aunque me hunda, aunque me arranque
y hasta la sangre me golpee,
no he de encontraros ya, viejos amigos,
os habéis ido para siempre.

Solo, en la noche, yo os recuerdo
y hasta el recuerdo se desvanece.
Ya nada sois: vaga amargura
que se deshace tristemente.

Y me avergüenzo de este cuerpo
que entre los vivos me sostiene.
Muertos estáis y con mi vida no he de
encontraros en la muerte.

Lo fatal

He nacido entre muertos y mi vida
es tan sólo el recuerdo de sus almas
que, lentas, van soñando entre mi sangre
y sobre el mundo ciego la levantan.

Quedó lejos la tierra, mis raíces
no saben del frescor que en ella canta.
De invisibles cenizas es mi cuerpo.
Los muertos de la tierra me separan.

Quisiera ser yo mismo, luz distinta
brillando cada día con el alba,
estrella de la noche, siempre joven,
que fulge de sí misma solitaria.

Pero ya no estoy solo, mi ser vivo
lleva siempre los muertos en su entraña.
Moriré como todos y mi vida
será oscura memoria en otras almas.

Muerte

Señor: lo tienes todo; una zona sombría
y otra de luz, celeste y clara.
Mas dime Tú, Señor, ¿los que han muerto,
es la noche o el día lo que alcanzan?

Somos tus hijos, sí, los que naciste,
los que desnudos en su carne humana
nos ofrecemos como tristes campos
al odio o al amor de tus dos garras.

Un terrible fragor de lucha, siempre
nos suena oscuramente en las entrañas,
porque en ellas Tú luchas sin vencerte,
dejándonos su tierra ensangrentada.

Dime, dime, Señor: ¿por qué a nosotros
nos elegiste para tu batalla?
Y después, con la muerte, ¿qué ganamos,
la eterna paz o la eternal borrasca?

Yo quiero ser el árbol

Siniestra es la raíz del Luzbel de mi carne
y sombría la estrella de tu sabiduría.
Ocultos son los fuegos, Señor, donde consumes
este tallo desnudo que es apenas mi vida.

Negra luz de la tierra, roja luz de tus ojos,
iguales son las llamas por tu mano blandidas,
fulgiendo en este páramo donde habitamos tristes,
soplados por el viento de tu luz ofendida.

Restitúyeme puro a esta tierra que piso
o dame la luz alta que en las estrellas brilla.
Yo quiero ser el Árbol, quiero tener mis frutos:
la tierra, el mar, el cielo, la eternidad perdida.

Polvo de mi ruina

En esta humilde carne que me has dado
has de cavar, Señor, mi sepultura
y ha de nacer la yerba una mañana
en la tierra desnuda que la cubra.

El viento ha de pasar, como ahora pasa,
por un campo cualquiera, su frescura,
y arrastrará este polvo de mi ruina
entre el polvo y las ruinas de otras tumbas.

Belleza

Arde en la noche la belleza
De las cosas que no se ven
y la ceniza se derrama
sobre el silencio de su ser.

El Dios oculto que nos vela
en ella pisa con su pie.
Su huella efímera se apaga
cuando brota el amanecer.

Soy el Poeta. Me pregunto:
¿qué es lo que anoche sentí arder?
Miro mis manos trastornado
y no lo puedo comprender.

Otros poemas (en Obra poética completa) (1976)

Piedra

Amo tu dura carne parada bajo el tiempo
que sobre ti transcurre con su lenta ceniza.
Aquí no gimió nunca esa humana tristeza
que su sangre consume lo mismo que una herida.

Has sido siempre piedra cerrada para el mundo,
roca inmutable y ciega que no bajó a la vida,
helada, pura y blanca, parada en las edades
mientras un mar oscura bramaba en tus orillas.

Tus sienes ha rozado una mirada dulce
de renos sombrados huyendo con la brisa,
y tu bulto sin nombre han olido en la noche
los hombres de los bosques, bajo la lluvia lívida.

También el agua quiso, tu corazón buscando,
bajar siglos y siglos y darte su caricia;
y el fuego, entre las sombras, creció para buscarte,
el sol tocó tu carne con su llama fulmínea.

Por eso yo te amo, sorda forma implacable,
porque existes eterna y, como un dios, nos miras.
Te amo, sí, te amo. Mientras tú permaneces
un astro arriba muere, mi corazón delira.



Tiempo preferido

I

Sólo tú y yo sabemos la verdad de este mundo
que día a día robamos a la muerte,
que erigimos de nada tan solo con palabras
humo
ceniza de un beso olvidado en tu frente.
Sólo tú y yo sabemos
fábulas como flautas
silencios como hormigas más o menos sonoras
y eso que se edifica lentamente en tus ojos
detrás de la vitrina o cristal de una lágrima
ese beso o latido
esa sonrisa o llama
de tener a la vida en la flor de los labios.

II

Junto a ti son las horas golondrinas azules
que se desprenden de tu sonrisa como hojas de otoño.
Brota de ti el silencio como un surtidor
de pisadas que en la nieve se fueran desmayando,
como mano olvidada de un niño
que tuviera las uñas puras y sonrosadas.
Quiero para mi boca el beso más preciso,
el que huye de pronto como pájaro enemigo,
como noche perseguida por la invasión profunda de la aurora.
Cogidos de la mano se nos queda pequeño el planeta,
pequeño, muy pequeño
hasta quedar oculto bajo la suela de un zapato,
del tuyo, tan humilde que dentro no cobija
ni un pico de esa estrella que nos contempla siempre.

III

A las nueve las caricias se vuelven verticales
empujadas por el filo y la prisa que llega.
Alguien corta en el aire los minutos a tijera
como si fueran flecos de un mantón
o cuerdas de guitarra con las clavijas rotas.
Uno a uno van cayendo
cada vez más perfectos
en el puro pasado que se muere en el acto.
Uno a uno se hunden para siempre y del todo.


[Penetra]


Penetra. Yo te escucho,
latido leve, pluma prisionera.
Penetra en este círculo donde arrojo mi vida;
donde me pongo en pie cuando abriendo los ojos
como un árbol sereno a la muerte me ofrezco.
Yo te escucho, penetra,
mi orilla empieza siempre y no se acaba nunca
sobre esta tarde limpia,
bajo esta tierra seca...

Date prisa. Te espero
..y no se acaba nunca.

Contra el sol del crepúsculo transparento mi muerte.

[¡He nacido y he muerto tantas veces!]

El hombre que ahora soy no lo comprendo,
acaso no soy yo, es aquel otro
hundido y olvidado por las calles
que en una tarde amarga dejé solo.

Y quiero recordarlo y se me borra
perdido en la salida de los cines,
acaso en un retrato que mi madre
guardaba de la luz con mano triste.

Pero voy comprendiendo. Me supongo acaso
como soy, y escribo versos
y sueño para todos... Sí, comprendo,
para nacer hay que morir primero.