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Recital de poemas de José Agustin Goytisolo

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martes, 29 de enero de 2013

PEDRO SALINAS


Pedro Salinas
Pedro Salinas, poeta y ensayista.


Pedro Salinas
Pedro Salinas, poeta, dramaturgo, crítico y ensayista español, asimilado a la generación del 27, nació en Madrid en 1891, hijo de un comerciante de paños. Estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid.
Desde 1914 a 1917 fue lector de español en La Sorbona y desde 1922 a 1923 en Cambridge.
Posteriormente, en 1918 ganó la Cátedra de Literatura de la Universidad de Sevilla, en la que permaneció durante ocho años.
Su influencia en los jóvenes poetas andaluces fue importante, según afirmaba Cernuda, quien decía que “Quien acude a él halla siempre, por lo menos, una palabra cordial, un gesto, un estímulo”.
Regresa a Madrid, en 1926, y colabora con el Centro de Estudios Históricos, formado por un grupo de investigadores reunidos por Ramón Menéndez Pidal.
En 1932, funda la revista “Índice literario”, que tenía como objetivo informar a los hispanistas de las novedades en la literatura española. Además, fue secretario en esa época de la Universidad Internacional de Santander que fundó, en 1933, y en la que permaneció en dicho cargo hasta 1936, año en el que comenzó la Guerra Civil y tuvo que exiliarse a América en la que ejerció como profesor invitado en el Wellesley College, en Puerto Rico y en la John Hopkins University de Baltimore.
En esta época de exilio, sin embargo, tuvo una actividad incansable, tanto en publicación de libros,como en conferencias y trabajos de índole literaria. Siguió enseñando en varias universidades americanas entre 1943 y 1946.
Murió en Boston en 1951 y está enterrado en San Juan de Puerto Rico.


Su obra

Salinas describe a la poesía como “una aventura hacia lo absoluto. Se llega más o menos cerca, se recorre más o menos camino: eso es todo”. Además, indica que son tres los elementos de su creación poética: la autenticidad, la belleza y el ingenio, por ese mismo orden. Por ello, en la poesía de Salinas se aúnan de forma perfecta la inteligencia y el sentimiento, lo que propicia que la primera ahonde en el segundo, en una simbiosis perfecta, teniendo como consecuencia inevitable una gran belleza lírica.
Se puede afirmar que su arte poético está definido concretamente en el “conceptismo interior”, según afirma Leo Spitzer. Esto se manifiesta en paradojas y en la condensación de los conceptos, como si el poeta tratara de decir mucho con poco. Por ello, prefiere los versos cortos y especialmente la silva, huyendo de la rima, lo que depara a su poesía una claridad tal que el propio Lorca la definía como “proesía”.

En su obra poética, se pueden encontrar tres etapas o períodos:

La etapa inicial (1923-1932) en la que Salinas se ve especialmente influído por la poesía pura de Juan Ramón Jiménez, además de las influencias de los movimientos futuristas y ultraístas. En este período se advierte ya el protagonismo que el tema amoroso empieza a tener en su poesía. De este período son los libros Presagios (1923), Seguro azar (1929)y Fábula y signo (1931).

La etapa de plenitud (1933-1039), destaca la trilogía amorosaformada por las obras La voz a ti debidaRazón de amor y Largo lamento,inspirada en una estudiante americana de la que se enamoró.

La etapa del exilio (1943-1951), en la que destacan las obras El contemplado (1946), Todo más claro y otros poemas (1949) y su obra póstuma Confianza (1955).


Obra en prosa

Su primera obra en prosa es Vísperas del gozo (1926) que está influenciada por es estilo vanguardista de la época. Después de esta obra, Salinas se aparta de la narrativa durante veinticinco años y no vuelve a ella hasta la publicación de su novela La bomba increíble(1950) y El desnudo impecalbe otras narraciones (1951).

También realizó crítica literaria por su gran formación académica y estudios sobre literatura
española. 

Bibliografia y premios de Pedro Salinas

Pedro Salinas

Obras poéticas

• Presagio, M., Índice, 1923.
• Seguro azar, M., Revista de Occidente, 1929.
• Fábula y signo, M., Plutarco, 1931.
• La voz a ti debida, M., Signo, 1933.
• Razón de amor, M., Ediciones del Árbol; Cruz y Raya, 1936.
• Error de cálculo, México, Imp. Miguel N. Lira, 1938.
• Lost Angel and other poems, Baltimore, The John Hopkins Press, 1938 (Antología bilingüe con poemas i inéditos. Trad. de Eleanor L. Thurnbull).
• Poesía junta, Bs. As., Losada, 1942.
• El contemplado (Mar; poema), México, Nueva Floresta; Stylo, 1946.
• Todo más claro y otros poemas, Bs. As., Sudamericana, 1949.
• Poesías completas, M., Aguilar, 1955 (Incluye el libro inédito Confianza).
• Poesías completas, M., Aguilar, 1956 (Edición de Juan Marichal).
• Volverse sombra y otros poemas, Milán, All'insegna del pesce d'oro, 1957.
• Poesía completas, B., Barral, 1971.


Teatro
• TeatroEl director (1936)
• El parecido (1942-1943)
• Ella y sus fuentes (1943)
• La bella durmiente (1943)
• La isla del tesoro (1944)
• La Cabeza de la Medusa (1945)
• Sobre seguro (1945)
• Caín o Una gloria científica (1945)
• Judit y el tirano (1945)
• La estratosfera. Vinos y cervezas (1945)
• La Fuente del Arcángel (1946)
• Los santos (1946)
• El precio (1947)
• El chantajista (1947)


Otras obras

• Cartas de amor a Margarita (1912-1915), edición de Soledad Salinas de Marichal, (Madrid: Alianza Editorial, 1986).
• Cartas a Katherine Whitmore. Epistolario secreto del gran poeta del amor (Barcelona: Tusquets, 2002).
• El defensor. Alianza Editorial. Madrid (2002)
Enlaces
Enlaces a páginas sobre Pedro Salinas


http://www.tierradenadie.de/archivo3/salinas.htm;

Poemas de Pedro Salinas

Pedro Salinas

 Afán para no separarme de ti...

Afán para no separarme de ti,
por tu belleza, lucha por no quedar en dónde quieres tú,
aquí en los alfabetos, en las auroras, en los labios.
Ansia de irse dejando atrás anécdotas, vestidos, caricias,
de llegar atravesando todo lo que en ti cambia,
a lo desnudo y a lo perdurable.
Y mientras siguen dando vueltas y vueltas, entregándose,
engañándose, tus rostros, tus caprichos y tus besos,
tus delicias volubles, tus contactos rápidos con el mundo,
haber llegado yo al centro puro, inmóvil, de ti misma,
y verte cómo cambias, y lo llamas vivir,
en todo, en todo si, menos en mí, dónde te sobrevives.

Ahora te quiero...

Ahora te quiero,
como el mar quiere a su agua:
desde fuera, por arriba,
haciéndose sin parar
con ella tormentas, fugas,
albergues, descansos, calmas.
¡Qué frenesíes, quererte!
¡Qué entusiasmo de olas altas,
y qué desmayos de espuma
van y vienen! Un tropel
de formas, hechas, deshechas,
galopan desmelenadas.
Pero detrás de sus flancos
está soñándose un sueño
de otra forma más profunda
de querer, que está allá abajo:
de no ser ya movimiento,
de acabar este vaivén,
este ir y venir, de cielos
a abismos, de hallar por fin
la inmóvil flor sin otoño
de un quererse quieto, quieto.
Más allá de ola y espuma
el querer busca su fondo.
Esta hondura donde el mar
hizo la paz con su agua
y están queriéndose ya
sin signo, sin movimiento.
Amor
tan sepultado en su ser,
tan entregado, tan quieto,
que nuestro querer en vida
se sintiese
seguro de no acabar
cuando terminan los besos,
las miradas, las señales.
Tan cierto de no morir,
como está
el gran amor de los muertos.

Aquí...

Aquí
en esta orilla blanca
del lecho donde duermes
estoy al borde mismo
de tu sueño. Si diera
un paso más, caería
en sus ondas, rompiéndolo
como un cristal. Me sube
el calor de tu sueño
hasta el rostro. Tu hálito
te mide la andadura
del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve
me entrega ese tesoro
exactamente: el ritmo
de tu vivir soñando.
Miro. Veo la estofa
de que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
toda entera, desnuda,
cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
las ansias y los besos:
esperan, ya sin prisa,
a que abriendo los ojos
renuncies a tu ser
invulnerable. Busco
tu sueño. Con mi alma
doblada sobre ti
las miradas recorren,
traslúcida, tu carne
y apartan dulcemente
las señas corporales,
para ver si hallan detrás
las formas de tu sueño.
No la encuentran. Y entonces
pienso en tu sueño. Quiero
descifrarlo. Las cifras
no sirven, no es secreto.
Es sueño y no misterio.
Y de pronto, en el alto
silencio de la noche,
un soñar mío empieza
al borde de tu cuerpo;
en él el tuyo siento.
Tú dormida, yo en vela,
hacíamos lo mismo.
No había que buscar:
tu sueño era mi sueño.

Ayer te besé en los labios...

Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no...
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.

Cómo me vas a explicar...

¿Cómo me vas a explicar,
di, la dicha de esta tarde,
si no sabemos porqué
fue, ni cómo, ni de qué
ha sido,
si es pura dicha de nada?
En nuestros ojos visiones,
visiones y no miradas,
no percibían tamaños,
datos, colores, distancias.
De tan desprendidamente
como estaba yo y me estabas
mirando, más que mirando,
mis miradas te soñaban,
y me soñaban las tuyas.
Palabras sueltas, palabras,
deleite en incoherencias,
no eran ya signo de cosas,
eran voces puras, voces
de su servir olvidadas.
¡Cómo vagaron sin rumbo,
y sin torpeza las caricias!
Largos goces iniciados,
caricias no terminadas,
como si aun no se supiera
en qué lugar de los cuerpos
el acariciar se acaba,
y anduviéramos buscándolo,
en lento encanto, sin ansia.
Las manos, no era tocar
lo que hacían en nosotros,
era descubrir; los tactos
nuestros cuerpos inventaban,
allí en plena luz, tan claros
como en la plena tiniebla,
en donde sólo ellos pueden
ver los cuerpos,
con las ardorosas palmas.
Y de estas nadas se ha ido
fabricando, indestructible,
nuestra dicha, nuestro amor,
nuestra tarde.
Por eso no fue nada,
sé que esta noche reclinas
lo mismo que una mejilla
sobre este blancor de plumas
-almohada que ha sido alas-
tu ser, tu memoria, todo,
y que todo te descansa,
sobre una tarde de dos,
que no es nada, nada, nada.

Cuando tú me elegiste...

Cuando tú me elegiste
-el amor eligió-
salí del gran anónimo
de todos, de la nada.
Hasta entonces
nunca era yo más alto
que las sierras del mundo.
Nunca bajé más hondo
de las profundidades
máximas señaladas
en las cartas marinas.
Y mi alegría estaba
triste, como lo están
esos relojes chicos,
sin brazo en que ceñirse
y sin cuerda, parados.
Pero al decirme: “tú”
a mí, sí, a mí, entre todos-,
más alto ya que estrellas
o corales estuve.
Y mi gozo
se echó a rodar, prendido
a tu ser, en tu pulso.
Posesión tú me dabas
de mí, al dárteme tú.
Viví, vivo. ¿Hasta cuándo?
Sé que te volverás
atrás. Cuando te vayas
retornaré a ese sordo
mundo, sin diferencias,
del gramo, de la gota,
en el agua, en el peso.
Uno más seré yo
al tenerte de menos.
Y perderé mi nombre,
mi edad, mis señas, todo
perdido en mí, de mí.
Vuelto al osario inmenso
de los que no se han muerto
y ya no tienen nada
que morirse en la vida.

¡Cuánto sabe la flor! Sabe ser blanca...

¡Cuánto sabe la flor! Sabe ser blanca
cuando es jazmín, morada cuando es lirio.
Sabe abrir el capullo
sin reservar dulzuras para ella,
a la mirada o a la abeja.
Permite sonriendo
que con su alma se haga miel.

¡Cuánto sabe la flor! Sabe dejarse
coger por ti, para que tú la lleves,
ascendida, en tu pecho alguna noche.
Sabe fingir, cuando al siguiente día
la separas de ti, que no es la pena
por tu abandono lo que la marchita.

¡Cuánto sabe la flor! Sabe el silencio;
y teniendo unos labios tan hermosos
sabe callar el "¡ay!" y el "no", e ignora
la negativa y el sollozo.

¡Cuánto sabe la flor! Sabe entregarse,
dar, dar todo lo suyo al que la quiere,
sin pedir más que eso: que la quiera.
Sabe, sencillamente sabe, amor.

Dame tu libertad...

Dame tu libertad.
No quiero tu fatiga,
no, ni tus hojas secas,
tu sueño, ojos cerrados.
Ven a mí desde ti,
no desde tu cansancio
de ti. Quiero sentirla.
Tu libertad me trae,
igual que un viento universal,
un olor de maderas
remotas de tus muebles,
una bandada de visiones
que tú veías
cuando en el colmo de tu libertad
cerrabas ya los ojos.
¡Qué hermosa tú libre y en pie!
Si tú me das tu libertad me das tus años
blancos, limpios y agudos como dientes,
me das el tiempo en que tú la gozabas.
Quiero sentirla como siente el agua
del puerto, pensativa,
en las quillas inmóviles
el alta mar. La turbulencia sacra.
Sentirla,
vuelo parado,
igual que en sosegado soto
siente la rama
donde el ave se posa,
el ardor de volar, la lucha terca
contra las dimensiones en azul.
Descánsala hoy en mí: la gozaré
con un temblor de hoja en que se paran
gotas del cielo al suelo.
La quiero
para soltarla, solamente.
No tengo cárcel para ti en mi ser.
Tu libertad te guarda para mí.
La soltaré otra vez, y por el cielo,
por el mar, por el tiempo,
veré cómo se marcha hacia su sino.
Si su sino soy yo, te está esperando.

El alma tenías...

El alma tenías
tan clara y abierta,
que yo nunca pude
entrarme en tu alma.
Busqué los atajos
angostos, los pasos
altos y difíciles...
A tu alma se iba
por caminos anchos.
Preparé alta escala
-soñaba altos muros
guardándote el alma-,
pero el alma tuya
estaba sin guarda
de tapial ni cerca.
Te busqué la puerta
estrecha del alma,
pero no tenía,
de franca que era,
entrada tu alma.
¿En dónde empezaba?
¿acababa, en dónde?
Me quedé por siempre
sentado en las vagas
lindes de tu alma.

El sueño

El sueño es una larga
despedida de ti.
¡Qué gran vida contigo,
en pie, alerta en el sueño!
¡Dormir el mundo, el sol,
las hormigas, las horas,
todo, todo dormido,
en el sueño que duermo!

Menos tú, tú la única,
viva, sobrevivida,
en el sueño que sueño.
Pero sí, despedida:
voy a dejarte cerca,
la mañana prepara
toda su precisión
de rayos y de risas.
Afuera, afuera, ya,
lo soñado flotante,
marchando sobre el mundo,
sin poderlo pisar,
porque no tiene sitio,
desesperadamente.

Te abrazo por vez última:
eso es abrir los ojos.
Ya está. Las verticales
entran a trabajar,
sin un desmayo, en reglas.
Los colores ejercen
sus oficios de azul,
de rosa, verde, todos
a la hora en punto. El mundo
va a funcionar hoy bien;
me ha matado ya el sueño.
Te siento huir, ligera,
de la aurora, exactísima,
hacia arriba, buscando
la que no se ve estrella,
el desorden celeste,
que es sólo donde cabes.
Luego, cuando despierto,
no te conozco casi,
cuando, a mi lado, tiendes
los brazos hacia mí
diciendo: "¿Qué soñaste?".
Y te contestaría: "No sé,
se me ha olvidado",
si no estuviera ya
tu cuerpo limpio, exacto,
ofreciéndome en labios
el gran error del día.
Escorial II 

En vez de soñar, contar.

La fachada del oeste
tiene
seiscientas doce ventanas.

Por la primavera van
en su cielo, hacia el domingo
una, dos, tres, cuatro, cinco
nubes blancas.

Yo te quiero a ti, y a ti
y a ti.
A tres os quiero yo.
A las doce el tiempo da
doce campanadas.

Y ya no podrá escapárseme
en las volandas del sueño
la mañana. Haré la raya
para ir sumando: seiscientas
doce, más cinco, más tres,
más doce.
¡Qué felicidad igual
a seiscientas treinta y dos!
En abril, al mediodía
cuenta clara.

Fe mía

No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.
Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.
De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo
seguro azar.
Fecha cualquiera

¡Ay qué tarde organizada
en surtidor y palmera,
en cristal recto, desmayo
en palma curva, querencia!

Dos líneas se me echan
encima a campanillazos
paralelas del tranvía.
Pero yo quiero a esas otras
que se van
sin llevarme por el cielo:
telégrafo, nubes blancas,
y -compás de los horizontes-
el pico de las cigüeñas.

¡Qué perfecto lo redondo
verde, azul! ¡Ay, si se suelta!
Lo tiene un niño de un hilo.
¡Quieto,
aire del sur, aire aire!
La pura geometría,
dime,
¿quién se la quita a la tarde?

¿Fue como beso o llanto?...

¿Fue como beso o llanto?
¿Nos hallamos
con las manos, buscándonos
a tientas, con los gritos,
clamando, con las bocas
que el vacío besaban?
¿Fue un choque de materia
y materia, combate
de pecho contra pecho,
que a fuerza de contactos
se convirtió en victoria
gozosa de los dos,
en prodigioso pacto
de tu ser con mi ser
enteros?
¿O tan sencillo fue,
tan sin esfuerzo, como
una luz que se encuentra
con otra luz, y queda
iluminado el mundo,
sin que nada se toque?

Horizontal, sí, te quiero...

Horizontal, sí, te quiero.
Mírale la cara al cielo,
de la cara. Déjate ya
de fingir un equilibrio
donde lloramos tú y yo.
Ríndete
a la gran verdad final,
a lo que has de ser conmigo,
tendida ya, paralela,
en la muerte o en el beso.
Horizontal es la noche
en el mar, gran masa trémula
sobre la tierra acostada,
vencida sobre la playa.
El estar de pie, mentira:
sólo correr o tenderse.
Y lo que tú y yo queremos
y el día - ya tan cansado
de estar con su luz, derecho -
es que nos llegue, viviendo
y con temblor de morir,
en lo más alto del beso,
ese quedarse rendidos
por el amor más ingrávido,
al peso de ser de tierra,
materia, carne de vida.
En la noche y la trasnoche,
y el amor y el transamor,
ya cambiados
en horizontes finales,
tú y yo, de nosotros mismos.
 






viernes, 19 de octubre de 2012

JORGE GUILLÉN

Jorge Guillén


Jorge Guillén nació el 13 de enero de 1893, en Valladolid. Los estudios primarios los cursó en el Colegio de San Gregorio.

Viajó a Estrasburgo, con sólo dieciséis años, para estudiar francés. Posteriormente cursó estudios universitarios de Letras en la Universidad de Madrid y de Granada. Entre 1917 y 1920, fue lector de español en la Sorbona de París, sucediendo al poeta Pedro Salinas y fue allí donde comenzó a escribir poesía.

Hasta 1920 no comenzó a publicar y lo hizo en la revista La Pluma y, poco más tarde, en Revista de Occidente.

Regresó a España en 1923 y obtuvo la Cátedra de Literatura Española en la Universidad de Murcia en 1925.

Posteriormente, se trasladó a Oxford donde consiguió un doctorado y desde allí volvió para ser catedrático en la Universidad de Sevilla.

Después de comenzada la guerra civil, en agosto de 1936 fue encarcelado en Pamplona y aunque fue liberado, el Ministerio de Educación lo inhabilitó para el ejercicio de cualquier cargo público. Decidió exiliarse a Estados Unidos en 1938 y allí dio clases de literatura española en el Wellesley College desde 1940 a 1951.

Durante estos años del exilio murió su primera esposa con la que contrajo matrimonio en París, además de sufrir la pérdida de su entrañable amigo Pedro Salinas, poeta también adscrito a la Generación del 27.

En 1958 impartió un curso en la cátedra de Charles Elior Norton, de la Universidad de Harvard, clases que después compiló en su obra Lenguaje y Poesía.

Tres años más tarde, en 1961, contrajo nuevo matrimonio con Irene Mochi Sismondi.

Por el fallecimiento de Franco, en 1975, regresó a España y se instaló en Málaga, una vez ya jubilado de la docencia universitaria, procedente de Italia, país en el que había residido.

Años más tarde, en 1976, obtuvo el Premio Cervantes y, dos años después, también fue nombrado académico de honor de la Real Academia de la Lengua Española en 1978.

Falleció en Málaga en 6 de febrero de 1984.

.Su poesía está adscrita a la llamada Generación del 27 y su lírica ofrece una visión optimista y gozosa de la vida, del mundo y es considerada como “poesía pura” porque en ella no existe el menor atisbo de ornamentación modernista y se ofrece la palabra desnuda, depurada y unida a su significado con la mayor precisión. Precisamente, su preocupación por alcanzar la máxima pureza en la expresión, el mayor rigor, le hizo demorarse en la escritura de su primer libro, Cántico que se público por primera vez en 1928 y que fue ampliado sucesivamente hasta 1950.

La mejor demostración de su concepción de la poesía la ofrece el subtítulo de esa primera obra que es Fe de vida y que expresa el gozo apasionado ante la propia realidad de la existencia. Ese sentir entusiasta lo expresa, sin embargo, con un esmerado método estructurado y riguroso en la manifestación intelectual, por lo que se le compara con Paul Valery, a pesar de que este último autor ofrece un pesimismo radical en su obra que contrasta con el optimismo pletórico que ofrece la obra de Guillén. Toda imperfección en la creación del universo y del propio hombre es obviada, negada por la exaltación del poeta que encuentra motivos de celebración incluso en los aspectos más vulgares y anodinos de la existencia. La obra de Guillén se aúna a la idea de la poesía pura que había propugnado e iniciado Juan Ramón Jiménez.

Su trayectoria intelectual y poética estuvo marcada por su incesante actividad creativa. Colaboró en múltiples e importantes revistas literarias como son la ya citada La Pluma, Índice, Litoral, Revista de Occidente y otras muchas que sería prolijo reseñar.

Fue un gran crítico literario y teórico de la poesía, además de estudioso de la obra de varios de los principales poetas europeos y, además, tradujo el Cementerio Marino de Paul Valery, autor que ejerció, sin duda, una gran influencia en la obra posterior de Guillén, porque compartía con éste último la fe en la poesía pura que, según afirmaba, aquella es “lo que queda cuando al poema se le quita todo lo que no es poesía”.


Bibliografía y premios de Jorge Guillén

Jorge Guillén
BIBLIOGRAFÍA                                                                                                      

Cántico (75 poesías), M., Revista de Occidente, 1928.
Cántico (125 poesías), M., Cruz y Raya, 1936.
Cántico (270 poesías), México, Litoral, 1945.
Cántico (334 poesías), Bs. As., Sudamericana, 1950.
Huerto de Melibea, M., Ínsula, 1954.
Del amanecer y el despertar, Valladolid, 1956.
Clamor. Maremagnun, Bs. As., Sudamericana, 1957.
Lugar de Lázaro, Málaga, Col. A quien conmigo va, 1957.
Clamor... Que van a dar en la mar, Bs. As., Sudamericana, 1960.
Historia Natural, Palma de Mallorca, Papeles de Sons Armadans, 1960.
Las tentaciones de San Antonio Antonio, Florencia/Santander, Graf. Hermanos Bedia, 1962.
Según las horas, Puerto Rico, Editorial Universitaria, 1962.
Clamor. A la altura de las circunstancias, Bs. As., Sudamericana, 1963.
Homenaje. Reunión de vidas, Milán, All'Insegna del Pesce d'oro, 1967.
Aire nuestro: Cántico, Clamor, Homenaje, Milán, All'Insegna del Pesce d'oro, 1968.
Guirnalda civil, Cambridge, Halty Eferguson, 1970.
Al margen, M., Visor, 1972.
Y otros poemas, Bs. As., Muchnik, 1973.
Convivencia, M., Turner, 1975.
Final, B., Barral, 1981.
La expresión, Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1981.



PREMIOS
Premio Cervantes 1976.

lunes, 9 de julio de 2012

MIGUEL HERNÁNDEZ


Miguel Hernández
por AnaAlejandre


            Miguel Hernández Gilabert, nació en Orihuela (Alicante), el 30 de octubre de 1910. Hijo de un pastor y una ama de casa, es el tercero de cuatro hermanos. Desde los siete años ayuda a su hermano mayor en las labores de pastoreo y aprende ese oficio, pero hasta los nueve años no comienza a asistir a la escuela. Fue en el curso de 1924-25 cuando conoció a su compañero de clases, Ramón Sijé, que más tarde sería su gran amigo.
Desde muy pronto se pone de manifiesto el interés por la lectura y los estudios de Miguel Hernández, por lo que consigue excelentes calificaciones. En 1925, se ve obligado a abandonar sus estudios por la grave situación económica que atraviesa su familia, por lo que su padre le requiere para atender el ganado; pero a pesar de esos obstáculos en su formación estudiantil, Miguel aprovecha sus largas horas de pastoreos en el monte para proseguir con sus estudios entre el silencio y la compañía de las cabras y ovejas. Es en esa época cuando comienza a ser un lector empedernido, para lo que utiliza el fondo bibliográfico del sacerdote y canónigo de la catedral oriolana. De esa forma, empieza a leer con fruición a los principales autores clásicos de lengua española y las traducciones de escritores clásicos griegos y latinos. En entonces cuando empieza a manifestarse su gran afición al teatro, por lo que comienza a leer la colección teatral “la Farsa” y forma un grupo teatral con algunos de sus amigos. Así consigue representar diversos papeles en actuaciones en diversos lugares de la localidad natal.


            A partir de 1925 empieza a escribir poesías. Se inspira en lo que tiene en su entorno: su casa, la huerta, la montaña, las cabras, el río, la vida campestre y todo lo relacionado con la Naturaleza. En esa época tiene que escribir a escondidas de su padre que no ve con buenos ojos los intentos poéticos de su hijo a los que considera una pura rareza. Consigue que algunos diarios locales y provinciales le publiquen sus primeros poemas. El primero de ellos es Pastoril, que fue publicado en el periódico local “El Pueblo de Orihuela”. Esto le abrirá las puertas de otras colaboraciones en la prensa provincial., por lo que van apareciendo otros poemas en otras publicaciones como “Voluntad”” , “La Verdad”, “Actualidad, “El día”, “Destellos” y otros muchos. Estos primeros poemas son aún de un estilo en el que se aprecian todas las influencias recibidas a través de la lectura, pero que le sirven al joven poeta para ir decantando su estilo personal y propio que alcanzará un poco después. En estos años se forma el conocido como “Grupo de Orihuela”, cuyos miembros son el propio Hernández, Ramón Sijé, Carlos Fenoll. Se reúnen al terminar la jornada laboral en la tahona propiedad del padre de Carlos Fenoll.
En 1931 viaja por primera vez a Madrid, pero regresa a Orihuela decepcionado por no encontrar el apoyo y reconocimiento esperado. En su tierra natal participa en un homenaje a Gabriel Miró. En 1933 aparece su primer libro “Perito en lunas”. Al siguiente, viaja de nuevo a Madrid que le acoge con más entusiasmo que en la primera ocasión. En la revista ” Cruz y Raya” se publica su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras. En Madrid conoce y trata a conocidos poetas como Alberti, Rosales, Neruda y Aleixandre. En el verano de se año formaliza su noviazgo con Josefina Manresa, a su regreso a Orihuela.

            Regresa a Madrid en 1934 cuando ya ha comenzado a escribir el drama El torero más valiente, vuelve a Madrid y tiene posibilidad de introducirse más en el ambiente literario madrileño. En 1935 colabora en las Misiones Pedagógicas y también comienza a trabajar en la encicl opedia “Los Toros”, con José María Cossío. Posteriormente, escribe el drama Los hijos de la piedra. En diciembre de 1935 sufre la pérdida de su amigo Ramón Sijé. En el año siguiente publica su Elegía, que está dedicada a su amigo fallecido, Ramón Sijé y también se publica su nuevo poemario El rayo que no cesa y finaliza su obra teatral El labrador del aire. Es en este año cuando se incorpora al Ejército Popular de laRepública y es nombrado Comisario de Cultura.
Es en 1937 cuando lo destinan a Andalucía al “Altavoz del Frente”. En marzo de ese mismo año se casa con su Josefina Manresa y participa en el II congreso Internacional de Intelectuales en Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia. Más tarde, realiza un viaje a la URSS como miembro de una delegación española enviada por el Ministerio de Instrucción Pública con motivo del V Festival de Teatro Soviético. Este año es muy prolífico en la obra de este poeta pues aparecen publicados nuevos poemarios y dramas Viento del pueblo, Teatro en la guerray El Labrador de más aire. También en su vida personal se ve gratificado por el nacimiento de su primer hijo en diciembre del mismo año. Sin embargo, en marzo de 1938 muere su hijo y ese drama le inspira un nuevo poemario Cancionero y romancero de ausencias y también escribe el drama Pastor de la muerte.

            Su segundo hijo nace en 1939, y poco después, en abril del mismo año, el general Franco declara el fin de la guerra. El poeta intenta exiliarse de España y se dirige hacia Portugal
Pero es capturado por la policía portuguesa que lo entrega a la Guardia Civil fronteriza. Pasa por varias cárceles de Andalucía y es en la prisión de Torrijos de Madrid donde escribe las famosas Nanas de la cebolla. Después de ser liberado de forma imprevista, lo detienen de nuevo en Orihuela y es trasladado en 1940 a la prisión de Conde de Toreno de Madrid. Aunque es condenado a la perna de muerte la condena es conmutada por la de 30 años de prisión. Es trasladado a la prisión de Palencia en septiembre de ese año y en noviembre al penal de Ocaña., pero tampoco es su prisión última porque en 1941 es trasladado al Reformatorio de Adultos de Alicante en donde se le diagnostica una grave afección pulmonar que después se le agrava con tuberculosis .



Fallece en 1942, con 31 años de edad, en la enfermería de dicha prisión y es enterrado en Alicante. 


Comentarios sobre su obra

            El estilo de Miguel Hernández es ecléctico porque recibe las influencias del barroquismo de Góngora, tanto del propio escritor a travès de sus obras, como de los gongoristas posteriores: Alberti y Gerardo Diego,con los que mantuvo una cierta amistad, influencias que se pueden observar en su obra Perito en lunas; así como también se advierten la desazón y el trágico sentir de Quevedo y Garcilaso en obras como El rayo que no cesa. Igualmente, la influencia ascética de Calderón se puede comprobar en Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras. También es notable la influencia surrealista en las odas a Aleixandre y Neruda y en otros poemas, como la mayoría de los componentes de la llamada Generación del 27 en la que se le encuadra, aunque no sea óbice para tener nexos de unión con la llamada Generación del 36, por su participación en los movimientos reivindicativos de la clase obrera, con los que se siente tan unido y que le despierta, en todo su desgarramiento, la guerra que asola a España.
La importancia de Miguel Hernández dentro del panorama poético español es de gran altura, porque su influencia se deja sentir en la generación de poetas de la posguerra, sobre todo su obra desde 1938 a 1940, que sirve de referente a la generación de jóvenes que sobreviven a la guerra y que necesitan la voz profunda y lírica del poeta que les habla de los mismos sufrimientos que ellos experimentaron, desde el dolor y el lúcido conocimiento que le da a Miguel Hernández sus muchas desgracias e injusticias sufridas que lo convierten en el adalid de la siguiente generación que lleva como estandarte muchos de sus poemas , muchos de ellos trasladados a las canciones de cantautores famosos, lo que demuestra la influencia que su poesía ha tenido en sus coetáneos y en las generaciones posteriores.



Poemas de Miguel Hernández


Miguel Hernández
AL DERRAMAR TU VOZ SU MANSEDUMBRE
Al derramar tu voz su mansedumbre
de miel bocal, y al puro bamboleo,
en mis terrestres manos el deseo
sus rosas pone al fuego de costumbre.

Exasperado llego hasta la cumbre
de tu pecho de isla, y lo rodeo
de un ambicioso mar y un pataleo
de exasperados pétalos de lumbre.

Pero tú te defiendes con murallas
de mis alteraciones codiciosas
de sumergirte en tierras y océanos.

Por piedra pura, indiferente, callas:
callar de piedra, que otras y otras rosas
me pones y me pones en las manos.

El rayo que no cesa (1934-1935)


BESARSE, MUJER 

Besarse, mujer,
al sol, es besarnos
en toda la vida.
Asciende los labios,
eléctricamente
vibrantes de rayos,
con todo el furor
de un sol entre cuatro.

Besarse a la luna,
mujer, es besarnos
en toda la muerte:
descienden los labios,
con toda la luna
pidiendo su ocaso,
del labio de arriba,
del labio de abajo,
gastada y helada
y en cuatro pedazos.

Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941


ACEITUNEROS

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.

Viento del pueblo (1936-1937)


ELEGÍA PRIMERA

(A Federico García Lorca, poeta).

Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.

Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.

El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.

Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada,
amasado con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones.

Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera.

Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno.

Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama.

¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres,
de tus dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones triste, y sólo quieres
ya el paraíso de los ataúdes.

Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo,
de indiferencia armado y de respeto,
te veo entre tus cejas si me asomo.

Se ha llevado tu vida de palomo,
que ceñía de espuma
y de arrullos el cielo y las ventanas,
como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.

Primo de las manzanas,
no podrá con tu savia la carcoma,
no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y para dar salud fiera a su poma
elegirá tus huesos el manzano.

Cegado el manantial de tu saliva,
hijo de la paloma,
nieto del ruiseñor y de la oliva:
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva.

¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.

Caiga tu alegre sangre de granado,
como un derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien te detuvo mortalmente.
Salivazos y hoces
caigan sobre la mancha de su frente.

Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.

No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que al calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.

Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.

Pero el silencio puede más que tanto instrumento.

Silencioso, desierto, polvoriento
en la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta.

Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría.

Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.

Viento del pueblo (1936-1937)


ANTES DEL ODIO

Beso soy, sombra con sombra.
Beso, dolor con dolor,
por haberme enamorado,
corazón sin corazón,
de las cosas, del aliento
sin sombra de la creación.
Sed con agua en la distancia,
pero sed alrededor.

Corazón en una copa
donde me lo bebo yo
y no se lo bebe nadie,
nadie sabe su sabor.
Odio, vida: ¡cuánto odio
sólo por amor!

No es posible acariciarte
con las manos que me dio
el fuego de más deseo,
el ansia de más ardor.
Varias alas, varios vuelos
abaten en ellas hoy
hierros que cercan las venas
y las muerden con rencor.
Por amor, vida, abatido,
pájaro sin remisión.
Sólo por amor odiado,
sólo por amor.

Amor, tu bóveda arriba
y no abajo siempre, amor,
sin otra luz que estas ansias,
sin otra iluminación.
Mírame aquí encadenado,
escupido, sin calor,
a los pies de la tiniebla
más súbita, más feroz,
comiendo pan y cuchillo
como buen trabajador
y a veces cuchillo sólo,
sólo por amor.

Todo lo que significa
golondrinas, ascensión,
claridad, anchura, aire,
decidido espacio, sol,
horizonte aleteante,
sepultado en un rincón.
Esperanza, mar, desierto,
sangre, monte rodador:
libertades de mi alma
clamorosas de pasión,
desfilando por mi cuerpo,
donde no se quedan, no,
pero donde se despliegan,
sólo por amor.

Porque dentro de la triste
guirnalda del eslabón,
del sabor a carcelero
constante, y a paredón,
y a precipicio en acecho,
alto, alegre, libre soy.
Alto, alegre, libre, libre,
sólo por amor.

No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas
me es pequeño y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?
A lo lejos tú, más sola
que la muerte, la una y yo.
A lo lejos tú, sintiendo
en tus brazos mi prisión,
en tus brazos donde late
la libertad de los dos.
Libre soy. Siénteme libre.
Sólo por amor.

Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)


LA BOCA

Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.

Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.

Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.

Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.

¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!

Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.

Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.

He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.

Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.

Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)


CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,

e doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

Viento del pueblo (1936-1937)


CANCIÓN PRIMERA

Se ha retirado el campo
al ver abalanzarse
crispadamente al hombre.

¡Qué abismo entre el olivo
y el hombre se descubre!

El animal que canta:
el animal que puede
llorar y echar raíces,
rememoró sus garras.

Garras que revestía
de suavidad y flores,
pero que, al fin, desnuda
en toda su crueldad.

Crepitan en mis manos.
Aparta de ellas, hijo.
Estoy dispuesto a hundirlas,
dispuesto a proyectarlas
sobre tu carne leve.

He regresado al tigre.
Aparta, o te destrozo.

Hoy el amor es muerte,
y el hombre acecha al hombre.

El hombre acecha (1938-1939)


CANCIÓN ÚLTIMA

Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

El hombre acecha (1938-1939)


CARTA

El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.

Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.

Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia,
desgastados por el tiempo.

Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.

Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.

Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.

Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.

Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te quiero.

El hombre acecha (1938-1939)


DESPUÉS DEL AMOR

No pudimos ser. La tierra
no pudo tanto. No somos
cuanto se propuso el sol
en un anhelo remoto.
Un pie se acerca a lo claro.
En lo oscuro insiste el otro.
Porque el amor no es perpetuo
en nadie, ni en mí tampoco.
El odio aguarda su instante
dentro del carbón más hondo.
Rojo es el odio y nutrido.

El amor, pálido y solo.

Cansado de odiar, te amo.
Cansado de amar, te odio.

Llueve tiempo, llueve tiempo.
Y un día triste entre todos,
triste por toda la tierra,
triste desde mí hasta el lobo,
dormimos y despertamos
con un tigre entre los ojos.

Piedras, hombres como piedras,
duros y plenos de encono,
chocan en el aire, donde
chocan las piedras de pronto.

Soledades que hoy rechazan
y ayer juntaban sus rostros.
Soledades que en el beso
guardan el rugido sordo.
Soledades para siempre.
Soledades sin apoyo.

Cuerpos como un mar voraz,
entrechocado, furioso.

Solitariamente atados
por el amor, por el odio.
Por las venas surgen hombres,
cruzan las ciudades, torvos.

En el corazón arraiga
solitariamente todo.
Huellas sin compaña quedan
como en el agua, en el fondo.

Sólo una voz, a lo lejos,
siempre a lo lejos la oigo,
acompaña y hace ir
igual que el cuello a los hombros.

Sólo una voz me arrebata
este armazón espinoso
de vello retrocedido
y erizado que me pongo.

Los secos vientos no pueden
secar los mares jugosos.
Y el corazón permanece
fresco en su cárcel de agosto
porque esa voz es el arma
más tierna de los arroyos:

«Miguel: me acuerdo de ti
después del sol y del polvo,
antes de la misma luna,
tumba de un sueño amoroso».

Amor: aleja mi ser
de sus primeros escombros,
y edificándome, dicta
una verdad como un soplo.

Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, todo.

Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)


EL NIÑO DE LA NOCHE

Riéndose, burlándose con claridad del día,
se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces.
No quise más la luz. ¿Para qué? No saldría
más de aquellos silencios y aquellas lobregueces.

Quise ser... ¿Para qué?... Quise llegar gozoso
al centro de la esfera de todo lo que existe.
Quise llevar la risa como lo más hermoso.
He muerto sonriendo serenamente triste.

Niño dos veces niño: tres veces venidero.
Vuelve a rodar por ese mundo opaco del vientre.
Atrás, amor. Atrás, niño, porque no quiero
salir donde la luz su gran tristeza encuentre.

Regreso al aire plástico que alentó mi inconsciencia.
Vuelvo a rodar, consciente del sueño que me cubre.
En una sensitiva sombra de transparencia,
en un íntimo espacio rodar de octubre a octubre.

Vientre: carne central de todo lo existente.
Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura.
Noche final en cuya profundidad se siente
la voz de las raíces y el soplo de la altura.

Bajo tu piel avanzo, y es sangre la distancia.
Mi cuerpo en una densa constelación gravita.
El universo agolpa su errante resonancia
allí, donde la historia del hombre ha sido escrita.

Mirar, y ver en torno la soledad, el monte,
el mar, por la ventana de un corazón entero
que ayer se acongojaba de no ser horizonte
abierto a un mundo menos mudable y pasajero.

Acumular la piedra y el niño para nada:
para vivir sin alas y oscuramente un día.
Pirámide de sal temible y limitada,
sin fuego ni frescura. No. Vuelve, vida mía.

Mas, algo me ha empujado desesperadamente.
Caigo en la madrugada del tiempo, del pasado.
Me arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente
vuelvo a llorar desnudo, como siempre he llorado.

Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
Poemas últimos (1939-1941)


EL SILBO DE AFIRMACIÓN EN LA ALDEA

Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas...
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
Difíciles barrancos de escaleras,
calladas cataratas de ascensores,
¡qué impresión de vacío!,
ocupaban el puesto de mis flores,
los aires de mis aires y mi río.

Yo vi lo más notable de lo mío
llevado del demonio, y Dios ausente.
Yo te tuve en el lejos del olvido,
aldea, huerto, fuente
en que me vi al descuido:
huerto, donde me hallé la mejor vida,
aldea, donde al aire y libremente,
en una paz meé larga y tendida.

Pero volví en seguida
mi atención a las puras existencias
de mi retiro hacia mi ausencia atento,
y todas sus ausencias
me llenaron de luz el pensamiento.

Iba mi pie sin tierra, ¡qué tormento!,
vacilando en la cera de los pisos,
con un temor continuo, un sobresalto,
que aumentaban los timbres, los avisos,
las alarmas, los hombres y el asfalto.
¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!
¡Orden!, ¡Orden! ¡Qué altiva
imposición del orden una mano,
un color, un sonido!
Mi cualidad visiva,
¡ay!, perdía el sentido.

Topado por mil senos, embestido
por más de mil peligros, tentaciones,
mecánicas jaurías,
me seguían lujurias y claxones,
deseos y tranvías.

¡Cuánto labio de púrpuras teatrales,
exageradamente pecadores!
¡Cuánto vocabulario de cristales,
al frenesí llevando los colores
en una pugna, en una competencia
de originalidad y de excelencia!
¡Qué confusión! ¡Babel de las babeles!
¡Gran ciudad!: ¡gran demontre!: ¡gran puñeta!
¡el mundo sobre rieles,
y su desequilibrio en bicicleta!

Los vicios desdentados, las ancianas
echándose en las canas rosicleres,
infamia de las canas,
y aun buscando sin tuétano placeres.
Árboles, como locos, enjaulados:
Alamedas, jardines
para destuetanarse el mundo; y lados
de creación ultrajada por orines.

Huele el macho a jazmines,
y menos lo que es todo parece
la hembra oliendo a cuadra y podredumbre.

¡Ay, cómo empequeñece
andar metido en esta muchedumbre!
¡Ay!, ¿dónde está mi cumbre,
mi pureza, y el valle del sesteo
de mi ganado aquel y su pastura?

Y miro, y sólo veo
velocidad de vicio y de locura.
Todo eléctrico: todo de momento.
Nada serenidad, paz recogida.
Eléctrica la luz, la voz, el viento,
y eléctrica la vida.
Todo electricidad: todo presteza
eléctrica: la flor y la sonrisa,
el orden, la belleza,
la canción y la prisa.
Nada es por voluntad de ser, por gana,
por vocación de ser. ¿Qué hacéis las cosas
de Dios aquí: la nube, la manzana,
el borrico, las piedras y las rosas?

¡Rascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!
¡Qué presunción los manda hasta el retiro
de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que eches
tanta soberbia abajo de un suspiro?
¡Ascensores!: ¡qué rabia! A ver, ¿cuál sube
a la talla de un monte y sobrepasa
el perfil de una nube,
o el cardo, que de místico se abrasa
en la serrana gracia de la altura?
¡Metro!: ¡qué noche oscura
para el suicidio del que desespera!:
¡qué subterránea y vasta gusanera,
donde se cata y zumba
la labor y el secreto de la tumba!
¡Asfalto!: ¡qué impiedad para mi planta!
¡Ay, qué de menos echa
el tacto de mi pie mundos de arcilla
cuyo contacto imanta,
paisajes de cosecha,
caricias y tropiezos de semilla!

¡Ay, no encuentro, no encuentro
la plenitud del mundo en este centro!
En los naranjos dulces de mi río,
asombros de oro en estas latitudes,
oh ciudad cojitranca, desvarío,
sólo abarca mi mano plenitudes.
No concuerdo con todas estas cosas
de escaparate y de bisutería:
entre sus variedades procelosas,
es la persona mía,
como el árbol, un triste anacronismo.
Y el triste de mí mismo,
sale por su alegría,
que se quedó en el mayo de mi huerto,
de este urbano bullicio
donde no estoy de mí seguro cierto,
y es pormayor la vida como el vicio.

* * *

He medio boquiabierto
la soledad cerrada de mi huerto.
He regado las plantas:
las de mis pies impuras y otras santas,
en la sequía breve de mi ausencia
por nadie reemplazada. Se derrama,
rogándome asistencia,
el limonero al suelo, ya cansino,
de tanto agrio picudo.
En el miembro desnudo de una rama,
se le ve al ave el trino
recóndito, desnudo.

Aquí la vida es pormenor: hormiga,
muerte, cariño, pena,
piedra, horizonte, río, luz, espiga,
vidrio, surco y arena.
Aquí está la basura
en las calles, y no en los corazones.
Aquí todo se sabe y se murmura:
No puede haber oculta la criatura
mala, y menos las malas intenciones.

Nace un niño, y entera
la madre a todo el mundo del contorno.
Hay pimentón tendido en la ladera,
hay pan dentro del horno,
y el olor llena el ámbito, rebasa
los límites del marco de las puertas,
penetra en toda la casa
y panifica el aire de las huertas.

Con una paz de aceite derramado,
enciende el río un lado y otro lado
de su imposible, por eterna, huida.
Como una miel muy lenta destilada,
por la serenidad de su caída
sube la luz a las palmeras: cada
palmera se disputa
la soledad suprema de los vientos,
la delicada gloria de la fruta
y la supremacía
de la elegancia de los movimientos
en la más venturosa geografía.

Está el agua que trina de tan fría
en la pila y la alberca
donde aprendí a nadar. Están los pavos,
la Navidad se acerca,
explotando de broma en los tapiales,
con los desplantes y los gestos bravos
y las barbas con ramos de corales.
Las venas manantiales
de mi pozo serrano
me dan, en el pozal que les envío,
pureza y lustración para la mano,
para la tierra seca amor y frío.

Haciendo el hortelano,
hoy en este solaz de regadío
de mi huerto me quedo.
No quiero más ciudad, que me reduce
su visión, y su mundo me da miedo.

¡Cómo el limón reluce
encima de mi frente y la descansa!
¡Cómo apunta en el cruce
de la luz y la tierra el lilio puro!
Se combate la pita, y se remansa
el perejil en un aparte oscuro.
Hay az'har, ¡qué osadía de la nieve!
y estamos en diciembre, que hasta enero,
a oler, lucir y porfiar se atreve
en el alrededor del limonero.

Lo que haya de venir, aquí lo espero
cultivando el romero y la pobreza.
Aquí de nuevo empieza
el orden, se reanuda
el reposo, por yerros alterado,
mi vida humilde, y por humilde, muda.
Y Dios dirá, que está siempre callado.

Poemas (1933-1934)


ELEGÍA

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería).

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

El rayo que no cesa (1934-1935)


ELEGÍA PRIMERA

(A Federico García Lorca, poeta).

Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.

Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.

El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.

Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada,
amasado con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones.

Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera.

Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno.

Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama.

¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres,
de tus dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones triste, y sólo quieres
ya el paraíso de los ataúdes.

Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo,
de indiferencia armado y de respeto,
te veo entre tus cejas si me asomo.

Se ha llevado tu vida de palomo,
que ceñía de espuma
y de arrullos el cielo y las ventanas,
como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.

Primo de las manzanas,
no podrá con tu savia la carcoma,
no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y para dar salud fiera a su poma
elegirá tus huesos el manzano.

Cegado el manantial de tu saliva,
hijo de la paloma,
nieto del ruiseñor y de la oliva:
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva.

¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.

Caiga tu alegre sangre de granado,
como un derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien te detuvo mortalmente.
Salivazos y hoces
caigan sobre la mancha de su frente.

Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.

No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que al calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.

Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.

Pero el silencio puede más que tanto instrumento.

Silencioso, desierto, polvoriento
en la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta.

Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría.

Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.

Viento del pueblo (1936-1937)


domingo, 12 de febrero de 2012

RAFAEL ALBERTI


Rafael Alberti, poeta y dramaturgo.




















por Ana Alejandre                                                                                                

            Nacido en el Puerto de Santa María, (Cádiz), el 16 de diciembre de 1902. Cursó estudios en el Colegio San Luis Gonzaga, de los jesuitas. Su familia se traslada posteriormente a vivir a Madrid, en 1917, en cuya ciudad se despierta su temprana vocación pictórica provocada por una visita al Museo del Prado que le impresionó vivamente y que fue el principio de su dedicación a la pintura, aunque no sin dejar de lado su otra vocación que era la poesía y que le llevó a publicar sus primeros versos en la revista Horizonte. Fue su vocación literaria la que le aupó a la fama, y lo entronizó como uno de los más importantes poetas del siglo XX, ya que obtuvo un gran éxito desde el principio de su dedicación poética, porque su primer libro Marinero en tierra le consagró definitivamente al ser galardonado con el Premio Nacional de Literatura, en 1925, por dicha obra.
En Madrid comienza a relacionarse con los escritores, intelectuales y artistas en la Residencia de Estudiantes. Allí conoció a García Lorca, Guillén, Dalí, Buñuel, Aleixandre, Gerardo Diego., Dámaso Alonso y José Bergamín, por citar a los principales. Intervino de forma directa y entusiasta en el homenaje que se le rinde a Góngora en Sevilla y que fue el evento que dio nacimiento a la corriente literaria que sería conocida como la Generación del 27.
            Comienza a colaborar con la prestigiosa Revista de Occidente, en ese mismo mítico año y siguió publicando en los años sucesivos títulos como La amante, que es un relato poético sobre un viaje en automóvil además de otro título como; El alba del alhelí.
Fue, sin embargo, en 1929, cuando se produce un cambio importante en su poesía al publicar otro poemario titulado Cal y Canto, en el que se advierte una notable influencia de Luís de Góngora y la corriente llamada “ultraísmo”. En ese mismo año es cuando publica la que se considera su obra maestra Sobre los ángeles.

            Contrae matrimonio en 1930 con la escritora María Teresa León y con ella viajó a París y se inscribe en el Partido Comunista, llevado por sus ideas políticas. Posteriormente, en 1932, viajó a Berlín, la Unión Soviética, Bélgica, Holanda, Noruega y en sus múltiples viajes conoce a personalidades de la intelectualidad y la literatura de renombre internacional como son Pablo Neruda, con el que siente afinidad literaria y política, dolores Ibárruri, la Pasionaria, Illya Ehrenburg, entre otros.
Llevado por su afiliación política funda, junto a su mujer, María Teresa, la revista revolucionaria llamada Octubre y asiste al Primer Congreso de Escritores Soviéticos, invitado por su ya acrisolada fama de poeta y militante comunista. Fue nombrado secretario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y director de la revista El mono azul, de ideología marxista, y, paradójicamente, también del Museo Romántico.
Su actividad poética no le hace olvidar otras manifestaciones artísticas, ya que escribió algunas obras dramáticas, siendo la primera de las representadas, concretamente en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, la que lleva por título Los salvadores de España, a la que denomina como “ensaladilla en un acto”.
Una vez iniciada la Guerra Civil, colabora en la organización del II Congreso Internacional de Escritores. Más tarde, viaja a París y Moscú, en cuya última ciudad tuvo una entrevista con Stalin.
Cuando se advierte la inminente derrota del Gobierno republicano, considera que le ha llegado el momento de exiliarse junto a su esposa y primero se instalan en Paris, invitados y acogidos por el poeta Pablo Neruda con el que mantiene una estrecha amistad. En dicha ciudad el matrimonio trabaja como locutores en Radio París-Mondiale, aunque en 1940 deciden trasladarse a Argentina. Fue allí, al año siguiente donde nace su hija Aitana y también publica su poemario Entre el clavel y la espada.
Sigue con sus continuos viajes y visita Argentina y Uruguay, invitado a dar conciertos para verso, laúd y piano. Posteriormente, en 1950 visita Varsovia pero como delegado del Congreso Mundial de la Paz.
            Su dedicación poética no cesa a pesar de su intensa actividad política e intelectual, y además de seguir escribiendo realiza algunas exposiciones pictóricas, porque nunca abandonó la pintura como segunda y complementaria vocación artística. Dio innumerables recitales por diversos países de Hispanoamérica: Venezuela, Cuba, Colombia, Perú, con gran éxito de crítica y público.

            Regresa a Europa en 1963, acompañado en todo momento por su esposa. En Italia, La Scala de Milán estrenó un ballet inspirado en poemas de su obra maestra Sobre los ángeles
En 1977, una vez instaurada la democracia en España, decide regresar tras el largo exilio de treinta y ocho años durante los que nunca abandonó su dedicación poética y pictórica ni su militancia política. Fue elegido Diputado por el Partido Comunista en Cádiz en el mismo año de su llegada a España. En 1978 se estrena en el Teatro María Guerrero, Noche de guerra en el Museo del Prado y comienza una larga cadena de recitales, acompañado por la portentosa actriz Nuria Espert por todo el mundo que constituyó un éxito sin precedentes.
            Recibe un homenaje multitudinario, en 1986, en el Teatro Romano de Mérida y se le concede la “Medaille Picasso” de la UNESCO, en París. Ese mismo año falleció su esposa y compañera inseparable, María Teresa León, aquejada de la terrible enfermedad de Altzheimer, lo que levantó muchas críticas hacia el poeta por la actitud que había mantenido con ella en los últimos años de su enfermedad.
            En 1989 ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en la de Bellas Artes de Santa Cecilia.
            Contrajo matrimonio, por segunda vez, en 1990, con la escritora María Asunción Mateo, en el Puerto de Santa María. Con ella vivió sus últimos años en los que recibió múltiples homenajes y distinciones por ser considerado poeta del pueblo. También su labor pictórica fue reconocida por ARCO (Feria Internacional de Arte Contemporáneo) que inauguró una exposición antológica de su obra. También, fuera de España siguió recibió honores, y la ciudad de La Habana le declara “Huesped Ilustre” y doctor honoris causa por la universidad de dicha ciudad. Fidel Castro le concedió la medalla José Martí, Igualmente, fue nombrado Ciudadano Ilustre en Buenos aires, y le fue rendido un caluroso homenaje en el Teatro Nacional Cervantes de dicha ciudad. También, la ciudad de Santiago de Chile le nombra “Visitante Ilustre” y le entrega las llaves de la ciudad.

            En España, la Generalitat de Cataluña le hace entrega de la Creu de Sant Jordi.
Falleció el 28 de octubre de 1999 en Puerto de Santa María, su lugar de residencia por entonces, casi a punto de cumplir los 97 años.

            Su obra poética, dramática, pictórica y su influencia artística e intelectual ha marcado a varias generaciones y ha sido un referente de inspiración para poetas, cantautores, escritores y artistas en las últimas décadas.http>://www.anaalejandre.org